Hace diez meses decidí bautizar al 10 de noviembre del 2010 como el día de mi boda. Hoy me encuentro aquí, vestida de blanco, en el principio del enorme pasillo que me lleva a él. Trescientas setenta y tres personas fijan su mirada en mí y se dedican a admirarme. Sólo hay una mirada que no me admira, una que está deseando oir un no y que me espera al final de este pasillo. Levanto la cabeza y una falsa y obligada sonrisa aparece en mi rostro. Al ritmo de la música mis pies avanzan, mis ojos se inundan y una pequeña lágrima cae precipitadamente por mi mejilla, pero nadie se da cuenta, solo él. Sigo caminando a la vez que mi corazón acelera por segundos. Habia soñado cientos de veces con ese momento y estaba todo calculado, planeado milimetro a milimetro, pero un viejo amigo tenía razón cuando dijo que el amor no puede planearse. Si estaba allí era porque en teoría había decidido hacer lo que me convenía, lo que haria cualquier persona responsable, sin embargo el corazón me pedía huir con el, aquel por el que mi corazón daba cada uno de los latidos, con el que verdaderamente quería. Pero el futuro estable, el futro prometedor, el futuro familiar, el futuro de comodidad me esperaba con un anillo en la mano al final del corredor. Y él no me aporta nada de eso, sin embargo en una mirada de tan solo una décima de segundo es capaz de jurarme amor eterno sin abrir la boca. Estoy frente al altar, los miro a los dos, al padrino y al novio, a los amores de mi vida.
- Alicia, ¿Quieres casarte con Ismael?
La iglesia entera se para, se detiene de repente, los veo a los dos clavando sus ojos en mí, el mayor deseo de uno en ese momento es oir un no y el del otro, un sí. Y yo debía decidir la decisión más importante de mi vida en una décima de segundo. Pero no lo sé, no sé con quien quiero huir, y tengo sólo una décima de segundo, dos días en mi mundo.
domingo, 10 de octubre de 2010
sábado, 4 de septiembre de 2010
" Y por ello soy hija del diablo "
Abro el armario y me meto dentro, hecha un ovillo. Noto como el aire limpio se gasta a medida que respiro. Entre las dos puertas atisba un rayo de luz. Si hubiera silencio se podría escuchar mi corazón latir a la velocidad de un rayo, pero no lo hay, oigo gritos de rabia, de tristeza, de desesperación, de socorro. Tengo mucho calor y no logro moverme. Si me tomase una foto o me pusiera un espejo frente a mi, podría ver mi cara de espanto, propia del momento que estaba viviendo. Despacio, muy despacio logro moverme y llevo mis ojos al resquicio de las puertas. No veo nada, tan solo mi habitación tan normal como siempre, la observo y de pronto veo como un cuerpo choca fuertemente contra el armario, es mi madre. El que dice ser mi padre, aunque para mi dejó de serlo hace un tiempo la llama cosas que ni en sus mejores momentos ha logrado ser él. La coge del brazo y la zarandea como si se tratase de una maraca, con la diferencia de que mi madre siente y padece. Ella solo llora y pide compasión, pues sabe que si se resiste los golpes serán peores. Como si de un látigo se tratase coge su cinturón y le machaca la espalda, una y otra vez, una y otra vez. La arroja a la cama e intenta hacer lo que todo el mundo piensa, pero sin quererlo, simplemente como un acto reflejo ella le propina una patada en la cara y el choca contra la puerta del armario regalándole a mi corazón un susto más. Un suave grito pero suficiente para que sus oidos lo oigan sale de mi boca. Sus ojos se encuentran con los mios a traves de las puertas y yo, en un segundo de valentía y odio, abro las puertas haciendo que caiga al suelo. Y corro a lo largo del pasillo, corro desesperadamente y tan rápido como nunca lo había hecho, bajo al piso de abajo y voy a la cocina. Al final, cinco cuchillos cuelgan del mueble, yo no cojo ninguno pero mi rabia agarra el más grande. Bajo la mesa y cubierta por un enorme mantel rojo lo espero. Oigo sus pasos e incluso su conciencia que intenta pararlo, pero parece estar sordo o simplemente ser algo peor que el diablo. Veo su sombra a través del mantel y se detiene, quizás al oir mi respiración. Levanta el mantel y en cuanto alza las manos para cogerme yo alzo el cuchillo y se lo clavo una y otra vez llenando su cuerpo de odio y mis manos de sangre.
No mató a mi madre y por eso está en el cielo pues antes de morir pidio perdón a eso de ahí arriba, yo si lo maté a él y por ello soy hija del diablo, el nivel de justicia parece ser el mismo aquí abajo y ahí arriba, ¿ no crees?
No mató a mi madre y por eso está en el cielo pues antes de morir pidio perdón a eso de ahí arriba, yo si lo maté a él y por ello soy hija del diablo, el nivel de justicia parece ser el mismo aquí abajo y ahí arriba, ¿ no crees?
miércoles, 28 de julio de 2010
A quinientos metros de la felicidad.
Nunca había montado en moto y me daba un poco de miedo, pero supongo que me ayudó que me dijese que me agarrase con todas mis fuerzas a su cintura. No íbamos muy deprisa, pero el aire frío me daba con gran fuerza en la cara, aunque él debía de sentirlo mas ya que me había dado a mí el único casco que tenía, muy a mi pesar, pero bueno.
Llevábamos ya dos horas de viaje, así que, le pedí que parásemos a descansar, pero él insistió en seguir un poco más hasta llegar a un bar o una gasolinera donde comprar algo.
Quince minutos mas tarde vimos una gasolinera al fondo y decidimos parar a comprar y a recargar gasolina. Quedaban apenas quinientos metros cuando de la nada salió un coche y chocó con nosotros.
Por lo que me dijeron las pocas personas que estuvieron allí yo permanecí inconsciente unos diez minutos. Cuando me desperté, me dolía mucho la cabeza y aun más el brazo, pero por lo demás estaba bien. Fui donde estaba Jairo, no podía creerlo, solo podía gritar y gritar pidiendo ayuda, él estaba inconsciente y su pierna no paraba de sangrar. Lo abracé con todas mis fuerzas, como hacía siempre que algo iba mal. La gente llamaba a urgencias, pero allí no aparecía nadie.
Yo lo tenía en mis rodillas mientras veía como se iba desangrando y yo no podía hacer nada.
Pasada media hora llegó la ambulancia, para decir: “Lo siento, ha muerto”
No podía creerlo, lo que yo creía que era el comienzo de mi felicidad, había
sido el comienzo de mi eterna tristeza.
Os contaré la historia desde el principio y así os podréis hacer una idea de lo que él era para mí y de lo que yo era para él.
Nos conocimos demostrando los dos lo torpes que somos, tropezamos en el instituto y nos dimos un cabezazo.
Era el primer día del último trimestre del último curso y él acababa de llegar, era realmente perfecto. Su pelo castaño brillaba como diez mil lingotes de oro, sus ojos eran negros como el azabache y su mirada podía mantenerte parada y hasta hacer olvidar tu propio nombre. Era bastante alto, algo mas de 1,70. Sí, sé que es poco, pero comparada conmigo, que tan solo mido 1.53 eso es bastante ¿sabéis? Era perfecto físicamente, pero me juraba lo que quisierais a que era el típico creído de instituto, solo había que ver a todas las ovejas del rebaño abalanzándose sobre el malo, perfecto e irresistible lobo. En fin, no sé que hacia fijándome en él, no era mi tipo, ó bueno mas bien yo no era el suyo, pero ese es otro tema.
El profesor de Biología mandó hacer un trabajo por parejas sobre la reproducción de los mamíferos. El hecho de hacer un trabajo de la asignatura que más odio ya resulta inaguantable, pero más aún lo era hacerlo con un chico al que acabas de conocer y al que odias, sin aún saber muy bien el porqué.
Todas las chicas me felicitaban, decían que era una afortunada por pasar una tarde con él, aunque sólo fuese para hacer un trabajo. Yo lo veía como un fastidio, pero preferí no decirlo. Sólo una chica no se acercó a felicitarme, era Bárbara. Estaba en el fondo de clase y me miraba como si me fuese a matar con la mirada. “Barbi”, que era así como se hacía llamar, era algo así como la diva del instituto, todo lo que quería lo conseguía y todos la conocían. Si tenías un problema con ella lo tenías con todo el instituto, así que yo siempre procuraba mantener las distancias intentando evitar demostrar mi gran odio hacia su persona.
Al acabar las clases, salí a la parte de atrás a esperar a mi padre como siempre, cuando oí que alguien gritaba: ¡Mel! Me giré para ver quien me llamaba y era él, Jairo.
-¿Cuándo te viene bien quedar par hacer el trabajo, Mel?
-Dos cosas: para ti no soy Mel, soy Melinda y mañana después de clase en la biblioteca.
-Me parece bien niña con carácter – dijo con esa sonrisa odiosa y a la vez encantadora.
-Quizás tu seas un niño, pero yo dejé de ser una niña hace ya bastante tiempo.
Fue lo último que dije y mientras el corazón me latía a una velocidad que no lo había hecho nunca, me subí al coche de mi padre. Mientras él seguía ahí parado, sonriendo como un idiota.
Al día siguiente, al acabar las clases fui a la biblioteca. Ahí estaba él, sentado al fondo y rodeado de ovejas balando. Es impresionante como un par de ojos bonitos y una melena brillante pueden anular las neuronas de una adolescente.
-Hola-dije con indiferencia.
-Hola Mel, digo Melinda, te he guardado un sitio.
-Muy amable. Aquí tengo algo de información que busqué ayer. ¿Tu has hecho algo o no?-dije con un tono verdaderamente borde.
-Sí, he traído información generalizada y algunos casos especiales como ejemplos.
-Si bueno, no está mal...
Era impresionante había todo tipo de información, cerca de veinte páginas escritas a mano con miles de descripciones y explicaciones detalladas frente a las dos páginas que yo había logrado escribir en toda una tarde.
-¿Te puedo preguntar una cosa?
-Tu pregunta que ya veré yo si te respondo- contesté un tanto intrigada.
-¿Eres así con todos? Me refiero, no me conoces y no me has regalado precisamente cajas de amabilidad.
-Sí que te conozco, eres el típico creído y egocéntrico que cree que puede conseguirlo todo con sólo una mirada. Eres el tipo de chico que no soporto.
-No me has dado oportunidad ni siquiera de presentarme, sólo has sabido prejuzgar, cuando mi única intención era conocerte- seguía sin quitar esa sonrisa que cada vez me ponía más nerviosa.
-¿Y por qué querrías conocerme? Soy la que se sienta al fondo de la clase y no habla con nadie. Ya me han tomado el pelo muchas veces y no estoy dispuesta a pasar por eso una vez más.
-Precisamente porque eres la única chica que no se ha abalanzado sobre mí en cuanto me ha visto, por eso quiero conocerte. Y entonces que, ¿me das una oportunidad?
Aunque yo siguiera odiándole, esas palabras se habían ganado una oportunidad, ¿no creéis?
-Está bien, me voy de vacaciones hoy y no vuelvo hasta dentro de una semana. ¿Nos vemos el martes?
-Me parece perfecto. ¿A las cinco en el quiosco de la esquina?
-No, a las cinco y cinco en el bar de al lado del quiosco de la esquina.
-¿Te gusta siempre tener la última palabra verdad? Pues allí nos veremos.-y se marchó antes de que yo pudiese pensar una respuesta ingeniosa.
Una semana después, llegó el martes. Era día trece, sé que eso de creer en que da mala suerte es ridículo, pero incluso a los que no son supersticiosos, este número no les hace especial gracia, sólo hay que ver que los aviones no tienen fila trece.
Llegué justo a y cinco y él llegó a y diez, lo primero que dijo fue: Lo bueno se hace esperar. No pude evitar sacar una sonrisa, aunque claro, él ya la traía puesta de casa. Fuimos a unas colinas que hay cerca del barrio, es un sitio bastante tranquilo y no pasa demasiada gente, además hay unas mesas con bancos y la carretera está lejos, así que solo se oye el viento y algún que otro ladrido de perro.
A medida que hablaba me iba pareciendo menos y menos imbécil.
¿Sabéis que una persona de diecisiete años puede llegar a vivir en siete ciudades distintas? Pues yo ahora sí. Su padre era pastor de una iglesia evangélica y tenía que ir a donde le mandasen, él me contó que no creía en nada de eso, pero que sus padres, en cierto modo, le obligaban a creer en ello. Deseaba cumplir los dieciocho para poder marcharse a alguna parte lejos de su familia para poder creer en lo que él quisiera y hacer lo que le apeteciera. Esa historia me sonaba, mis padres han organizado mi vida desde que usaba pañales, han elegido mis institutos, mis colegios, mi vida era un horario de clase, con la diferencia de que nunca tenía recreos, en los que hacer lo que cualquier adolescente normal haría, ya sabéis salir y todo eso. Mis padres querían que estudiase medicina, como ellos, aunque quizás si me hubiesen dado la oportunidad de hablar, se habrían dado cuenta de que yo llevo mucho tiempo queriendo estudiar magisterio. Me pareció que me había equivocado, lo había juzgado sin haberlo conocido. Así que vi oportuno pedirle perdón y lo que él contestó fue: Llevaba toda la tarde esperando escuchar esa palabra.
Se levantó y me agarró de la mano, haciendo que me levantase yo también, me acercó a él y me acarició la cara al tiempo que acercaba sus labios a los míos. Primero nuestras bocas se rozaron y finalmente, nos besamos.
Me abrazó y creo que pudo sentir que mi corazón latía tan fuerte que hasta una persona en la otra punta de la ciudad podría escucharlo.
-¿Ha sido tu primer beso, verdad?- esa sonrisa me seguía poniendo muy nerviosa.
-Sí... ¿Tanto se ha notado?- noté como al mismo tiempo que las palabras salían de mi boca mis mejillas se ponían mas y más rojas.
-Si, se ha notado bastante porque ha sido el beso más bonito que me han dado en mi vida.
El miércoles llegué a clase muy temprano y en la puerta estaba Jairo, que nada mas verme me dio los mejores buenos días que me habían dado nunca. Creo que fue justo después de besarme, cuando todas las ovejas y los carneros se quedaron mirándonos con la boca abierta, Es más, gente que llevaba conmigo en clase desde primaria, creo que acababa de darse cuenta de mi existencia.
Creo que tendría que aguantar varias tonterías de Bárbara, ya que para ser diferente de los demás nos felicito escupiéndome a la cara, digamos que era su forma de demostrar el gran amor que sentía por mí, pero bueno creo que podría soportarlo.
Nunca había sido tan feliz como los meses en los que estuve con él. Pasar tardes y tardes echada en su pecho, escuchando como me susurraba al oído que jamás me dejaría, recorriendo la ciudad cogidos de la mano y viendo a la gente morirse de envidia, tener el cuerpo lleno de sus besos, oler a él todas las horas del día, andar dos pasos y ver algo que me recordaba a él, era como un cuento de hadas, y algo me hacía pensar que no saldría bien porque ni siquiera cuando tenía siete años me creía los cuentos de hadas, así que mucho menos con diecisiete...
Pasaron semanas y todo seguía perfecto e incluso las tonterías de Bárbara habían cesado.
El doce de Junio comenzaron los exámenes, yo me agobio mucho con ellos ¿sabéis? Siempre pienso que me irá fatal y que no me dará tiempo a entregar los trabajos. Pero claro “Don Perfecto” nunca se agobiaba y eso me ponía de los nervios.
El diecinueve nos dieron las notas, ambos habíamos aprobado todo.
Lo llamé por la noche para ver que le habían dicho en casa, un simple, están muy bien es lo que recibió. A mí me hubiera gustado oír un muy bien a todas esas críticas, olvidándose de mis logros y fijándose tan sólo en la asignatura que me había ido peor y que de todas formas estaba aprobada con un seis.
Al día siguiente quedamos y me pidió algo que no habría imaginado nunca.
-No sé si te acuerdas que hace unos meses te dije que al cumplir los dieciocho me iría de casa, para poder hacer lo que de verdad deseaba.
-Sí me acuerdo.
-Pues si dices que no, lo entenderé, pero…¿Querrías venir conmigo a no se sabe donde, a ser lo que queramos ser, a creer en lo que queramos creer, a vivir donde queramos vivir, a salir donde queramos salir y a querernos como estoy seguro no lo ha hecho nunca nadie?
-Aunque no quisiera irme contigo tengo que hacerlo, te has metido tanto en mi corazón en tan poco tiempo que aunque quisiera no podría olvidarte, porque ahora mi vida eres tú, no sabría despertarme y no recibir ese mensaje a las siete de la mañana diciéndome lo mucho que me quieres, ni que llegue un sábado y no poder ir contigo a pasear, ni acostarme sin pasar antes una hora al teléfono, simplemente sería incapaz de no quererte.
-¿ Estás segura? Piensa que dejarás aquí a tus padres.
-Sé lo que quiero y te quiero a ti. Nuestros padres nunca nos han dejado ser nosotros, ya es hora ¿no?-dije observándome en como sonreía sin poder evitarlo.
-Está bien, mañana te espero en el bar de al lado del quiosco de la esquina a las cinco y cinco.
-No, en el quiosco de la esquina a las cinco y sé puntual.
-Lo seré. No traigas mucho equipaje, vamos en moto.
-¿En moto? ¿Eso es seguro?- no me hacía mucha gracia eso, las motos no eran muy amigas mías.
-Tranquila, cuando estés conmigo nunca te pasará nada, yo te protegeré siempre ¿vale?
-Confiaré en ti entonces. Te quiero. Hasta mañana.
-Y yo a ti, pequeña.
El resto ya lo conocéis. Él tenía razón, mientras estuviese con él no me pasaría nada a mí, pero yo no pude protegerle. Yo vi como moría en mis brazos y vi como todos nuestros sueños desaparecían por segundos como los muñecos de nieve al salir el sol. Ya han pasado siete meses y yo aún no he logrado olvidarle, quizás tampoco lo he intentado.
Ahora estudio magisterio en Málaga, la ciudad a la que me iba a llevar, me enteré por unos planos que encontré en su mochila y cada día lo recuerdo e imagino que está a mi lado, porque como bien dijo, nunca me dejaría y yo nunca lo olvidaré.
Llevábamos ya dos horas de viaje, así que, le pedí que parásemos a descansar, pero él insistió en seguir un poco más hasta llegar a un bar o una gasolinera donde comprar algo.
Quince minutos mas tarde vimos una gasolinera al fondo y decidimos parar a comprar y a recargar gasolina. Quedaban apenas quinientos metros cuando de la nada salió un coche y chocó con nosotros.
Por lo que me dijeron las pocas personas que estuvieron allí yo permanecí inconsciente unos diez minutos. Cuando me desperté, me dolía mucho la cabeza y aun más el brazo, pero por lo demás estaba bien. Fui donde estaba Jairo, no podía creerlo, solo podía gritar y gritar pidiendo ayuda, él estaba inconsciente y su pierna no paraba de sangrar. Lo abracé con todas mis fuerzas, como hacía siempre que algo iba mal. La gente llamaba a urgencias, pero allí no aparecía nadie.
Yo lo tenía en mis rodillas mientras veía como se iba desangrando y yo no podía hacer nada.
Pasada media hora llegó la ambulancia, para decir: “Lo siento, ha muerto”
No podía creerlo, lo que yo creía que era el comienzo de mi felicidad, había
sido el comienzo de mi eterna tristeza.
Os contaré la historia desde el principio y así os podréis hacer una idea de lo que él era para mí y de lo que yo era para él.
Nos conocimos demostrando los dos lo torpes que somos, tropezamos en el instituto y nos dimos un cabezazo.
Era el primer día del último trimestre del último curso y él acababa de llegar, era realmente perfecto. Su pelo castaño brillaba como diez mil lingotes de oro, sus ojos eran negros como el azabache y su mirada podía mantenerte parada y hasta hacer olvidar tu propio nombre. Era bastante alto, algo mas de 1,70. Sí, sé que es poco, pero comparada conmigo, que tan solo mido 1.53 eso es bastante ¿sabéis? Era perfecto físicamente, pero me juraba lo que quisierais a que era el típico creído de instituto, solo había que ver a todas las ovejas del rebaño abalanzándose sobre el malo, perfecto e irresistible lobo. En fin, no sé que hacia fijándome en él, no era mi tipo, ó bueno mas bien yo no era el suyo, pero ese es otro tema.
El profesor de Biología mandó hacer un trabajo por parejas sobre la reproducción de los mamíferos. El hecho de hacer un trabajo de la asignatura que más odio ya resulta inaguantable, pero más aún lo era hacerlo con un chico al que acabas de conocer y al que odias, sin aún saber muy bien el porqué.
Todas las chicas me felicitaban, decían que era una afortunada por pasar una tarde con él, aunque sólo fuese para hacer un trabajo. Yo lo veía como un fastidio, pero preferí no decirlo. Sólo una chica no se acercó a felicitarme, era Bárbara. Estaba en el fondo de clase y me miraba como si me fuese a matar con la mirada. “Barbi”, que era así como se hacía llamar, era algo así como la diva del instituto, todo lo que quería lo conseguía y todos la conocían. Si tenías un problema con ella lo tenías con todo el instituto, así que yo siempre procuraba mantener las distancias intentando evitar demostrar mi gran odio hacia su persona.
Al acabar las clases, salí a la parte de atrás a esperar a mi padre como siempre, cuando oí que alguien gritaba: ¡Mel! Me giré para ver quien me llamaba y era él, Jairo.
-¿Cuándo te viene bien quedar par hacer el trabajo, Mel?
-Dos cosas: para ti no soy Mel, soy Melinda y mañana después de clase en la biblioteca.
-Me parece bien niña con carácter – dijo con esa sonrisa odiosa y a la vez encantadora.
-Quizás tu seas un niño, pero yo dejé de ser una niña hace ya bastante tiempo.
Fue lo último que dije y mientras el corazón me latía a una velocidad que no lo había hecho nunca, me subí al coche de mi padre. Mientras él seguía ahí parado, sonriendo como un idiota.
Al día siguiente, al acabar las clases fui a la biblioteca. Ahí estaba él, sentado al fondo y rodeado de ovejas balando. Es impresionante como un par de ojos bonitos y una melena brillante pueden anular las neuronas de una adolescente.
-Hola-dije con indiferencia.
-Hola Mel, digo Melinda, te he guardado un sitio.
-Muy amable. Aquí tengo algo de información que busqué ayer. ¿Tu has hecho algo o no?-dije con un tono verdaderamente borde.
-Sí, he traído información generalizada y algunos casos especiales como ejemplos.
-Si bueno, no está mal...
Era impresionante había todo tipo de información, cerca de veinte páginas escritas a mano con miles de descripciones y explicaciones detalladas frente a las dos páginas que yo había logrado escribir en toda una tarde.
-¿Te puedo preguntar una cosa?
-Tu pregunta que ya veré yo si te respondo- contesté un tanto intrigada.
-¿Eres así con todos? Me refiero, no me conoces y no me has regalado precisamente cajas de amabilidad.
-Sí que te conozco, eres el típico creído y egocéntrico que cree que puede conseguirlo todo con sólo una mirada. Eres el tipo de chico que no soporto.
-No me has dado oportunidad ni siquiera de presentarme, sólo has sabido prejuzgar, cuando mi única intención era conocerte- seguía sin quitar esa sonrisa que cada vez me ponía más nerviosa.
-¿Y por qué querrías conocerme? Soy la que se sienta al fondo de la clase y no habla con nadie. Ya me han tomado el pelo muchas veces y no estoy dispuesta a pasar por eso una vez más.
-Precisamente porque eres la única chica que no se ha abalanzado sobre mí en cuanto me ha visto, por eso quiero conocerte. Y entonces que, ¿me das una oportunidad?
Aunque yo siguiera odiándole, esas palabras se habían ganado una oportunidad, ¿no creéis?
-Está bien, me voy de vacaciones hoy y no vuelvo hasta dentro de una semana. ¿Nos vemos el martes?
-Me parece perfecto. ¿A las cinco en el quiosco de la esquina?
-No, a las cinco y cinco en el bar de al lado del quiosco de la esquina.
-¿Te gusta siempre tener la última palabra verdad? Pues allí nos veremos.-y se marchó antes de que yo pudiese pensar una respuesta ingeniosa.
Una semana después, llegó el martes. Era día trece, sé que eso de creer en que da mala suerte es ridículo, pero incluso a los que no son supersticiosos, este número no les hace especial gracia, sólo hay que ver que los aviones no tienen fila trece.
Llegué justo a y cinco y él llegó a y diez, lo primero que dijo fue: Lo bueno se hace esperar. No pude evitar sacar una sonrisa, aunque claro, él ya la traía puesta de casa. Fuimos a unas colinas que hay cerca del barrio, es un sitio bastante tranquilo y no pasa demasiada gente, además hay unas mesas con bancos y la carretera está lejos, así que solo se oye el viento y algún que otro ladrido de perro.
A medida que hablaba me iba pareciendo menos y menos imbécil.
¿Sabéis que una persona de diecisiete años puede llegar a vivir en siete ciudades distintas? Pues yo ahora sí. Su padre era pastor de una iglesia evangélica y tenía que ir a donde le mandasen, él me contó que no creía en nada de eso, pero que sus padres, en cierto modo, le obligaban a creer en ello. Deseaba cumplir los dieciocho para poder marcharse a alguna parte lejos de su familia para poder creer en lo que él quisiera y hacer lo que le apeteciera. Esa historia me sonaba, mis padres han organizado mi vida desde que usaba pañales, han elegido mis institutos, mis colegios, mi vida era un horario de clase, con la diferencia de que nunca tenía recreos, en los que hacer lo que cualquier adolescente normal haría, ya sabéis salir y todo eso. Mis padres querían que estudiase medicina, como ellos, aunque quizás si me hubiesen dado la oportunidad de hablar, se habrían dado cuenta de que yo llevo mucho tiempo queriendo estudiar magisterio. Me pareció que me había equivocado, lo había juzgado sin haberlo conocido. Así que vi oportuno pedirle perdón y lo que él contestó fue: Llevaba toda la tarde esperando escuchar esa palabra.
Se levantó y me agarró de la mano, haciendo que me levantase yo también, me acercó a él y me acarició la cara al tiempo que acercaba sus labios a los míos. Primero nuestras bocas se rozaron y finalmente, nos besamos.
Me abrazó y creo que pudo sentir que mi corazón latía tan fuerte que hasta una persona en la otra punta de la ciudad podría escucharlo.
-¿Ha sido tu primer beso, verdad?- esa sonrisa me seguía poniendo muy nerviosa.
-Sí... ¿Tanto se ha notado?- noté como al mismo tiempo que las palabras salían de mi boca mis mejillas se ponían mas y más rojas.
-Si, se ha notado bastante porque ha sido el beso más bonito que me han dado en mi vida.
El miércoles llegué a clase muy temprano y en la puerta estaba Jairo, que nada mas verme me dio los mejores buenos días que me habían dado nunca. Creo que fue justo después de besarme, cuando todas las ovejas y los carneros se quedaron mirándonos con la boca abierta, Es más, gente que llevaba conmigo en clase desde primaria, creo que acababa de darse cuenta de mi existencia.
Creo que tendría que aguantar varias tonterías de Bárbara, ya que para ser diferente de los demás nos felicito escupiéndome a la cara, digamos que era su forma de demostrar el gran amor que sentía por mí, pero bueno creo que podría soportarlo.
Nunca había sido tan feliz como los meses en los que estuve con él. Pasar tardes y tardes echada en su pecho, escuchando como me susurraba al oído que jamás me dejaría, recorriendo la ciudad cogidos de la mano y viendo a la gente morirse de envidia, tener el cuerpo lleno de sus besos, oler a él todas las horas del día, andar dos pasos y ver algo que me recordaba a él, era como un cuento de hadas, y algo me hacía pensar que no saldría bien porque ni siquiera cuando tenía siete años me creía los cuentos de hadas, así que mucho menos con diecisiete...
Pasaron semanas y todo seguía perfecto e incluso las tonterías de Bárbara habían cesado.
El doce de Junio comenzaron los exámenes, yo me agobio mucho con ellos ¿sabéis? Siempre pienso que me irá fatal y que no me dará tiempo a entregar los trabajos. Pero claro “Don Perfecto” nunca se agobiaba y eso me ponía de los nervios.
El diecinueve nos dieron las notas, ambos habíamos aprobado todo.
Lo llamé por la noche para ver que le habían dicho en casa, un simple, están muy bien es lo que recibió. A mí me hubiera gustado oír un muy bien a todas esas críticas, olvidándose de mis logros y fijándose tan sólo en la asignatura que me había ido peor y que de todas formas estaba aprobada con un seis.
Al día siguiente quedamos y me pidió algo que no habría imaginado nunca.
-No sé si te acuerdas que hace unos meses te dije que al cumplir los dieciocho me iría de casa, para poder hacer lo que de verdad deseaba.
-Sí me acuerdo.
-Pues si dices que no, lo entenderé, pero…¿Querrías venir conmigo a no se sabe donde, a ser lo que queramos ser, a creer en lo que queramos creer, a vivir donde queramos vivir, a salir donde queramos salir y a querernos como estoy seguro no lo ha hecho nunca nadie?
-Aunque no quisiera irme contigo tengo que hacerlo, te has metido tanto en mi corazón en tan poco tiempo que aunque quisiera no podría olvidarte, porque ahora mi vida eres tú, no sabría despertarme y no recibir ese mensaje a las siete de la mañana diciéndome lo mucho que me quieres, ni que llegue un sábado y no poder ir contigo a pasear, ni acostarme sin pasar antes una hora al teléfono, simplemente sería incapaz de no quererte.
-¿ Estás segura? Piensa que dejarás aquí a tus padres.
-Sé lo que quiero y te quiero a ti. Nuestros padres nunca nos han dejado ser nosotros, ya es hora ¿no?-dije observándome en como sonreía sin poder evitarlo.
-Está bien, mañana te espero en el bar de al lado del quiosco de la esquina a las cinco y cinco.
-No, en el quiosco de la esquina a las cinco y sé puntual.
-Lo seré. No traigas mucho equipaje, vamos en moto.
-¿En moto? ¿Eso es seguro?- no me hacía mucha gracia eso, las motos no eran muy amigas mías.
-Tranquila, cuando estés conmigo nunca te pasará nada, yo te protegeré siempre ¿vale?
-Confiaré en ti entonces. Te quiero. Hasta mañana.
-Y yo a ti, pequeña.
El resto ya lo conocéis. Él tenía razón, mientras estuviese con él no me pasaría nada a mí, pero yo no pude protegerle. Yo vi como moría en mis brazos y vi como todos nuestros sueños desaparecían por segundos como los muñecos de nieve al salir el sol. Ya han pasado siete meses y yo aún no he logrado olvidarle, quizás tampoco lo he intentado.
Ahora estudio magisterio en Málaga, la ciudad a la que me iba a llevar, me enteré por unos planos que encontré en su mochila y cada día lo recuerdo e imagino que está a mi lado, porque como bien dijo, nunca me dejaría y yo nunca lo olvidaré.
domingo, 25 de julio de 2010
" Su corazón está dormido y escucho como dice adiós al mundo. "
En mi puerta, una pequeña caja rosa cerrada por un lazo negro me esperaba. En su interior, un caro y detallado conjunto del lencería esperaba a ser estrenado y junto a él una nota me decía:
" Póntelo antes de entrar en casa. Te quiero. "
Tras unos minutos, salgo del ascensor con el regalo puesto y abro la puerta.Sonaba una canción en inglés, no se que significaba pero por el relajado ritmo y la continua repetición de la palabra amor imagino que seria una melodía triste y romántica, apropiada para el momento quizás. Una pequeña vocecilla me dice no prendas la luz. Avanzo a ciegas hasta llegar al pasillo iluminado por velas con olor a fresa que se mezcla con el fuerte olor a incienso. Llego a la habitación, tan solo en ropa interior. Me espera tras la puerta y me da un pequeño susto, aunque de todas formas mi corazón ya está acelerado. Es mi primera vez. Te quiero me dice, yo también pienso pero se queda en eso, en un pensamiento porque no me sale la voz. Me besa despacio y me coge con suavidad, como si fuese una rosa marchita a la que hay que curar. Me deja en la cama y me mira como si fuese la ultima vez que lo fuese a hacer. Me pregunta si estoy bien y le contesto que mejor que en el cielo, el me dice: " tu solo relájate". Lo hago y es entonces cuando comienzo a disfrutar. Me besa todo el cuerpo, sin dejar ni un pequeño hueco sin su aroma, la yema de sus dedos roza mis pechos, me hace cosquillas y me susurra las cosas mas bonitas existentes. Me echo encima de él y me enseña las estrellas, me mira, le miro, sonreímos. Apoyo mi cabeza en su pecho y escucho su corazón acelerado. Su mano derecha acaricia mi pelo y me besa. Le abrazo muy fuerte, no quiero que me deje jamás. Nos dormimos.
Tres horas mas tarde despierto, pero él aun duerme. Recorro despacio su cuerpo con mis labios y después rápidos y desordenados besos llenan su rostro. No sé despierta, lo sacudo riéndome, es muy bromista. Está helado, no se despierta..
- Lucas, venga despierta, ya no tiene gracia...me estás asustando - grito.
Su corazón esta dormido y escucho como dice adiós al mundo. Le abrazo, no quiero dejarlo. Mientras me seco las lágrimas veo una nota en su mano izquierda, dice:
Querida Lara:
Se que tenía que haberte dicho que tengo cáncer y que pensaba atiborrarme de pastillas para terminar con todo, pero si no he tenido el valor de afrontar la enfermedad comprenderás que tampoco lo tendría para decirle a mi vida que quiero dejar de vivir. Quiero que sepas que te quiero y que te esperaré siempre. Y que allá donde vaya ahora, la silla de al lado estará reservada para cuando tu vengas, pero no tengas prisa, prefiero echarte de menos un tiempo.
Te quiero.
Siempre seré tuya, Marcos.
Dos meses después en la consulta del médico.
- ¿Señorita Nardielli?
-Sí, soy yo.
-Pase.
- ¿Y bien? ¿Qué tengo?
- Un embarazo, cariño.
- ¿Sabe una cosa, doctora?
- Dime
- Se llamará Lucas y será el hombre mas maravilloso del mundo.
- No me queda la menor duda.
- Usted no lo entiende, pero lo será.
" Póntelo antes de entrar en casa. Te quiero. "
Tras unos minutos, salgo del ascensor con el regalo puesto y abro la puerta.Sonaba una canción en inglés, no se que significaba pero por el relajado ritmo y la continua repetición de la palabra amor imagino que seria una melodía triste y romántica, apropiada para el momento quizás. Una pequeña vocecilla me dice no prendas la luz. Avanzo a ciegas hasta llegar al pasillo iluminado por velas con olor a fresa que se mezcla con el fuerte olor a incienso. Llego a la habitación, tan solo en ropa interior. Me espera tras la puerta y me da un pequeño susto, aunque de todas formas mi corazón ya está acelerado. Es mi primera vez. Te quiero me dice, yo también pienso pero se queda en eso, en un pensamiento porque no me sale la voz. Me besa despacio y me coge con suavidad, como si fuese una rosa marchita a la que hay que curar. Me deja en la cama y me mira como si fuese la ultima vez que lo fuese a hacer. Me pregunta si estoy bien y le contesto que mejor que en el cielo, el me dice: " tu solo relájate". Lo hago y es entonces cuando comienzo a disfrutar. Me besa todo el cuerpo, sin dejar ni un pequeño hueco sin su aroma, la yema de sus dedos roza mis pechos, me hace cosquillas y me susurra las cosas mas bonitas existentes. Me echo encima de él y me enseña las estrellas, me mira, le miro, sonreímos. Apoyo mi cabeza en su pecho y escucho su corazón acelerado. Su mano derecha acaricia mi pelo y me besa. Le abrazo muy fuerte, no quiero que me deje jamás. Nos dormimos.
Tres horas mas tarde despierto, pero él aun duerme. Recorro despacio su cuerpo con mis labios y después rápidos y desordenados besos llenan su rostro. No sé despierta, lo sacudo riéndome, es muy bromista. Está helado, no se despierta..
- Lucas, venga despierta, ya no tiene gracia...me estás asustando - grito.
Su corazón esta dormido y escucho como dice adiós al mundo. Le abrazo, no quiero dejarlo. Mientras me seco las lágrimas veo una nota en su mano izquierda, dice:
Querida Lara:
Se que tenía que haberte dicho que tengo cáncer y que pensaba atiborrarme de pastillas para terminar con todo, pero si no he tenido el valor de afrontar la enfermedad comprenderás que tampoco lo tendría para decirle a mi vida que quiero dejar de vivir. Quiero que sepas que te quiero y que te esperaré siempre. Y que allá donde vaya ahora, la silla de al lado estará reservada para cuando tu vengas, pero no tengas prisa, prefiero echarte de menos un tiempo.
Te quiero.
Siempre seré tuya, Marcos.
Dos meses después en la consulta del médico.
- ¿Señorita Nardielli?
-Sí, soy yo.
-Pase.
- ¿Y bien? ¿Qué tengo?
- Un embarazo, cariño.
- ¿Sabe una cosa, doctora?
- Dime
- Se llamará Lucas y será el hombre mas maravilloso del mundo.
- No me queda la menor duda.
- Usted no lo entiende, pero lo será.
martes, 20 de julio de 2010
"Fuiste mi sol tardío y serás mi luna temprana"
Entre en la habitación, abrí despacio la puerta, como si de puro cristal se tratase. En cuanto mi cuerpo se encontró en el interior de la habitación volví a cerrar la puerta, aún mas despacio. Quería silencio, absoluto silencio hasta que comenzase la melodía... la melodía final. Me descalcé, mis tacones aterrizaron forzosamente contra el suelo, siempre he odiado esos zapatos, pura fachada. Llevo el vestido que él me regaló, rojo pasión, "como nuestro amor " solía decir él. Mi corazón nunca había latido con tanta intensidad como cuando él acercaba su cabeza a mi pecho para escucharlo, mis manos nunca habían sido tan hábiles con el piano, mis pies nunca habían bailado con tanta ansia, mis brazos jamás habían abrazado con tanto amor y mi boca jamás había sonreído tan sinceramente. Mi cuerpo jamás había volado hasta que lo conoció a él, en ese momento me convertí en un ave grandiosa, un águila quizás. Me hizo sobrevolar la ciudad con sólo susurrarme varios versos al oído. Llegué a oler las nubes, dulces, aprecié el tacto rugoso de las estrellas y dormí sobre la luna.
Tan sólo veintinueve pasos me separan del instrumento, pero llevo diez minutos pensando en silencio y llevo menos de la mitad. Era mi vida y ahora será la causa de mi muerte. Las paredes de la habitación son rojas, él mismo las pinto antes de comenzar a dormir la siesta eterna, el techo sirve de lienzo para un retrato nuestro y en el suelo, de color negro, se repite una y otra vez: Fuiste mi sol tardío y serás mi luna temprana. Yo lo entiendo, el lo entendió, usted llevará siempre la intriga. Ya estoy en el piano, tomo asiento y levanto la tapa. Las teclas brillan. Alzo las manos y las bajo poco a poco, alcanzo las teclas y toco por última vez. Cierro los ojos, los abro, lo veo. Sobre el piano, sonriente y en traje de baile me acaricia. Me observa tocar unos minutos y después me tiende su mano, yo la tomo y me retiro del piano, aún así la melodía continua. Bailamos mas cerca que nunca, y nuestros ojos forman una barrera imposible de traspasar. Bailé durante días hasta morir del cansancio, hablo literalmente.
Tan sólo veintinueve pasos me separan del instrumento, pero llevo diez minutos pensando en silencio y llevo menos de la mitad. Era mi vida y ahora será la causa de mi muerte. Las paredes de la habitación son rojas, él mismo las pinto antes de comenzar a dormir la siesta eterna, el techo sirve de lienzo para un retrato nuestro y en el suelo, de color negro, se repite una y otra vez: Fuiste mi sol tardío y serás mi luna temprana. Yo lo entiendo, el lo entendió, usted llevará siempre la intriga. Ya estoy en el piano, tomo asiento y levanto la tapa. Las teclas brillan. Alzo las manos y las bajo poco a poco, alcanzo las teclas y toco por última vez. Cierro los ojos, los abro, lo veo. Sobre el piano, sonriente y en traje de baile me acaricia. Me observa tocar unos minutos y después me tiende su mano, yo la tomo y me retiro del piano, aún así la melodía continua. Bailamos mas cerca que nunca, y nuestros ojos forman una barrera imposible de traspasar. Bailé durante días hasta morir del cansancio, hablo literalmente.
sábado, 17 de julio de 2010
Imán de infelicidad.
Fue aquella noche, ya avanzada, cuando la vi. Era tan...perfecta. Pude ver brillar sus labios rojos al otro lado de la pista. Su pelo aun más negro que el propio azabache cubría su espalda hasta donde esta pierde su nombre. Sus pestañas revoloteaban como pequeñas alas de diminutas mariposas. Su cuerpo estaba cubierto por un ceñido vestido rojo, atrevido pero tímido pues solo deja ver los hombros y sus blancos brazos. Zapatos de tacón concluyen un estilo perfecto, hecho para atraer a todo hombre existente.
No suelo frecuentar estos lugares, pero necesitaba salir un poco de casa, desconectar y eso.
Me tomo dos o tres tequilas, los necesito para dirigirme a semejante belleza. Se percata de mi acercamiento, aparta su cabello sobre el hombro derecho y se retoca el pintalabios.
-Hola, soy Víctor – tartamudeo.
-Eres el primero que se presenta antes de arrojarme a la cama.
-¿Cama?
-Si, una hora son 100 euros, dos, el doble y así sucesivamente.
-Pero yo solo quería conversar con usted.
-Fíjate, hoy he tenido suerte, me ha tocado un educado, cobraré y sólo desea hablar, ¿es usted un hombre de verdad?
-¿Y no es posible conversar con usted sin tener que pagarle nada?
-¿Esta ofreciendo una cita a una puta?
-A una hermosa señorita – corrijo.
Parece desconcertada. No quiero ser egocéntrico, pero algo me dice que soy la primera persona en mucho tiempo que la trata con cariño, o simplemente con respeto.
Son las tres de la mañana, llevo cinco horas observándola y tres hablando con ella. Mi corazón me confiesa llevar enamorado de ella desde hace siete vidas, cuando era un caballo.
-¿ Por qué es...?
-¿ Vendedora de orgasmos? Nadie se dedica a esto por vocación, ni siquiera para sobrevivir o eso pienso yo. Yo tengo algo demasiado valioso que no se merece un mal final pues ya comenzó con un horroroso principio.
-¿Qué es eso tan valioso?
-Ya es muy tarde y no amo mi trabajo como para permanecer en mi “oficina” todo el día, quizás otro día y en otro lugar mi memoria tenga ganas de recordar la historia con detalles y tal vez mis labios ganas de pronunciarla.
-Pero ¿Dónde te encontraré?
-Quien busca con esperanza de encontrar, encuentra.
Arrancó su bolso de las manos de aquel borracho tumbado en el suelo con la esperanza de ver aquello que no puede pagar y que ninguna mujer le entregará nunca voluntariamente y salió del bar acaparando todas las miradas de admiración de todos los caballeros, si se les puede atribuir ese titulo y las de envidia de las mujeres. Con su marcha el local perdió la única gota de valor en todo ese océano de vicio y vidas vacías.
Nota 1: No sé si la continuaré.
No suelo frecuentar estos lugares, pero necesitaba salir un poco de casa, desconectar y eso.
Me tomo dos o tres tequilas, los necesito para dirigirme a semejante belleza. Se percata de mi acercamiento, aparta su cabello sobre el hombro derecho y se retoca el pintalabios.
-Hola, soy Víctor – tartamudeo.
-Eres el primero que se presenta antes de arrojarme a la cama.
-¿Cama?
-Si, una hora son 100 euros, dos, el doble y así sucesivamente.
-Pero yo solo quería conversar con usted.
-Fíjate, hoy he tenido suerte, me ha tocado un educado, cobraré y sólo desea hablar, ¿es usted un hombre de verdad?
-¿Y no es posible conversar con usted sin tener que pagarle nada?
-¿Esta ofreciendo una cita a una puta?
-A una hermosa señorita – corrijo.
Parece desconcertada. No quiero ser egocéntrico, pero algo me dice que soy la primera persona en mucho tiempo que la trata con cariño, o simplemente con respeto.
Son las tres de la mañana, llevo cinco horas observándola y tres hablando con ella. Mi corazón me confiesa llevar enamorado de ella desde hace siete vidas, cuando era un caballo.
-¿ Por qué es...?
-¿ Vendedora de orgasmos? Nadie se dedica a esto por vocación, ni siquiera para sobrevivir o eso pienso yo. Yo tengo algo demasiado valioso que no se merece un mal final pues ya comenzó con un horroroso principio.
-¿Qué es eso tan valioso?
-Ya es muy tarde y no amo mi trabajo como para permanecer en mi “oficina” todo el día, quizás otro día y en otro lugar mi memoria tenga ganas de recordar la historia con detalles y tal vez mis labios ganas de pronunciarla.
-Pero ¿Dónde te encontraré?
-Quien busca con esperanza de encontrar, encuentra.
Arrancó su bolso de las manos de aquel borracho tumbado en el suelo con la esperanza de ver aquello que no puede pagar y que ninguna mujer le entregará nunca voluntariamente y salió del bar acaparando todas las miradas de admiración de todos los caballeros, si se les puede atribuir ese titulo y las de envidia de las mujeres. Con su marcha el local perdió la única gota de valor en todo ese océano de vicio y vidas vacías.
Nota 1: No sé si la continuaré.
miércoles, 14 de julio de 2010
" Se llamaba Elisabeth . Yo me llamo Laura"
Hace diez años que la felicidad se esfumó de mi casa y la tristeza inundó cualquier rincón existente. En la habitación del fondo, junto a la cocina, mi llanto formó un nuevo océano llamado nostalgia. En el salón miles de pañuelos blancos forman una nube gigante. Salgo a la calle, despeinada, llorando y en chándal. La casa se me caía encima, necesitaba salir. Vivo en el centro, miles de personas caminan acelerados basando sus vidas en el trabajo. Levanto la cabeza y alguien me mira. Antes de poder reaccionar se acerca a mi y coloca una de sus manos en mi cintura y con la derecha sujeta una de las mías, yo coloco instintivamente mi mano restante en su hombro. Los pies danzan, los ojos juegan a ser felices. Bajo la cabeza, me da vergüenza, pero me suelta un instante la mano para alzarme bien alto la cabeza y después sonríe. Se para y se acerca más a mí. Bailamos al compás de la música de aquel violinista de al lado, sentado sobre la farola, sonriendo mientras dura la canción, pues en cuanto termine su vida será otra vez una mierda. Bailamos, bailamos, bailamos y la canción termina. Nadie se ha dado cuenta de la escena, tan sólo el músico. Me suelta, me seca las lágrimas, me dice su nombre, me besa y se marcha.
Se llamaba Elisabeth. Yo me llamo Laura.
sábado, 10 de julio de 2010
Almas desconocidas.
Llevo cuatro horas y media en mi coche vagando por carreteras desconocidas hasta ahora, ni siquiera sé si aun estoy en mi ciudad. Llueve a mares, como si llevase años sin llover cuando en verdad tan solo hace dos días. Empiezo a quedarme dormida y mi vida no es que sea ya muy valiosa, pero tampoco quiero morir por algo tan ridículo como quedarse dormida frente al volante.
Hago balance y me doy cuenta de que los momentos felices no superan a los tristes en mi corta vida de 23 años, pero ya era tarde para cambiar eso, el cáncer sólo me da dos semanas de vida, no es lo suficiente para pedir perdón a tantas personas como se lo merecen ni para hacer las cosas que siempre quise hacer y que nunca fui capaz.
Hay una pequeña llanura a la izquierda de la carretera con los suficientes árboles como para que nadie me vea y se acerque a ofrecerme ayuda. Aparco en un sitio que ni siquiera sé si está permitido, pero que más da, una multa no hará mi vida más penosa.
Atravieso el pequeño bosque y cuando llego a un punto en el que ni veo ni escucho la carretera cierro los ojos, extiendo los brazos y doy vueltas, bailo despacio y torpemente bajo la lluvia. Tengo frío, abro la boca y siento las gotas en mis labios, frías y armoniosas. Quizás si cada una de ellas fuese una nota y sonasen conforme chocasen con mi boca compondrían una melodía triste y melancólica propia de un día de invierno. Comienzo a marearme y paro de dar vueltas, me cuesta ver con claridad pero hay alguien más en ese lugar sin nombre ni dueño, también está dando vueltas y se percata de que lo observo y deja de bailar y me responde a la mirada. Nos miramos durante... no sé decir exactamente, a mí me pareció una eternidad cuando probablemente no pasarían ni dos minutos. Pelo negro, como el carbón, ojos marrones y un lunar llamativo en la mejilla derecha, un chico normal supongo. Sin embargo, su sonrisa parecía ser el único haz de luz en aquel lugar oscuro y solitario. Se acercó despacio y tropezó una y otra vez, poniéndose más y más rojo, sus manos lloraban y acariciaba su pelo una y otra vez.
Está aquí, frente a mí, temblando igual que yo y creo que ninguno de los dos sabemos porqué.
- Soy Juan.
- Lidia.
Me dio la mano, arañada y estropeada.
- ¿Puedo preguntarte que trae a una chica como tú a un sitio como este?
- El cáncer, la desesperación y el no saber que hacer con tu vida. ¿Y a una sonrisa como esa?
- Una enfermedad de nombre imposible de pronunciar.
- ¡Qué casualidad! – gritamos a la vez.
Nos sentamos en una roca y comenzamos a hablar como si nos conociésemos desde la infancia. Su balance de la vida tampoco era demasiado positivo, como yo no tenía a nadie en este mundo y si acaso existía el cielo, según él, sus familiares no se merecían estar ahí. Pensándolo bien es la única persona con la que he hablado más de dos minutos desde hace cerca de un año, deprimente lo sé.
- ¿Y a qué te dedicas? – me pregunta intrigado.
- A escuchar la radio, mañana, tarde y noche. Me despidieron del trabajo, perdí a mi novio y vino el cáncer, así que la radio me distrae y me entretiene, patético ¿no? ¿Y tu?
- Soy profesor, pero nadie aún me ha dado la oportunidad de demostrar que puedo ser bueno, prefieren dar los cargos a personas con experiencia, me gustaría saber como puedo conseguir experiencia si nunca me dan trabajo.
- Supongo que es la sociedad en la que nos ha tocado vi...
No soy capaz de terminar la frase, me mareo, comienzo a sudar y tirito, veo doble y apenas oigo como me pregunta que me ocurre. No puedo sostenerme en pie, me caigo, me duermo.
Mente en blanco.
Me despierto en la parte de atrás de su coche con la cabeza en sus piernas y su mano en mi cara mientras una canción suena por la radio.
- ¿Estás bien? – es la primera persona en mucho tiempo que se preocupa por mí.
- Sí, solo ha sido un mareo tonto.
Sin embargo, siento un malestar general, me cuesta respirar y pequeños y constantes escalofríos recorren mi cuerpo, me tiemblan las manos y de vez en cuando se me nubla la vista.
- ¿Salimos a tomar el aire?
- Sí, claro. Además ha parado de llover. – sonríe.
Hace unas horas quería acabar ya este viaje de dolor y angustia y ahora lo único que deseo es que este día se extienda, que se haga eterno. ¿Qué cabeza loca es la encargada de organizar el mundo? ¡Venga ya! No puede tenerme toda la vida a base de problemas y ahora, en el corredor de la muerte, mandarme un alma gemela. ¿Qué clase de dios o seas lo que seas eres? Las cosas no son así, esto no es justo.
Me he metido tanto en mis pensamientos que sin apenas darme cuenta estamos tumbados en el suelo, sobre las hojas húmedas. Mi cabeza se apoya en su pecho y oigo su corazón, acelerado cuando le miro y pausado cuando le acaricio el rostro. Una de sus manos reposa en mi hombro, la otra vaga inquieta por mis mejillas.
Me habla pero no puedo contestarle, veo doble y vuelvo a marearme, me incorpora y grita asustado, mi corazón alterna latidos rápidos y otros lentos, mis ojos se ponen llorosos y mis oídos se taponan, mi cabeza retumba, como si alguien le diese con un martillo de grandes dimensiones. Me apago. Lo sé. Noto lágrimas deslizarse por mi cara, pero no son mías. Mi corazón no late al ritmo que debería hacerlo. Él vuelve a gritar, pide ayuda, pero de nada sirve, me voy, me estoy yendo, me fui.
Al menos no abandoné esta vida sola como pensé que iba a hacerlo. Ahora solo espero que haya algo ahí arriba y poder pedirle cuentas al que aquí abajo llaman Dios.
Hago balance y me doy cuenta de que los momentos felices no superan a los tristes en mi corta vida de 23 años, pero ya era tarde para cambiar eso, el cáncer sólo me da dos semanas de vida, no es lo suficiente para pedir perdón a tantas personas como se lo merecen ni para hacer las cosas que siempre quise hacer y que nunca fui capaz.
Hay una pequeña llanura a la izquierda de la carretera con los suficientes árboles como para que nadie me vea y se acerque a ofrecerme ayuda. Aparco en un sitio que ni siquiera sé si está permitido, pero que más da, una multa no hará mi vida más penosa.
Atravieso el pequeño bosque y cuando llego a un punto en el que ni veo ni escucho la carretera cierro los ojos, extiendo los brazos y doy vueltas, bailo despacio y torpemente bajo la lluvia. Tengo frío, abro la boca y siento las gotas en mis labios, frías y armoniosas. Quizás si cada una de ellas fuese una nota y sonasen conforme chocasen con mi boca compondrían una melodía triste y melancólica propia de un día de invierno. Comienzo a marearme y paro de dar vueltas, me cuesta ver con claridad pero hay alguien más en ese lugar sin nombre ni dueño, también está dando vueltas y se percata de que lo observo y deja de bailar y me responde a la mirada. Nos miramos durante... no sé decir exactamente, a mí me pareció una eternidad cuando probablemente no pasarían ni dos minutos. Pelo negro, como el carbón, ojos marrones y un lunar llamativo en la mejilla derecha, un chico normal supongo. Sin embargo, su sonrisa parecía ser el único haz de luz en aquel lugar oscuro y solitario. Se acercó despacio y tropezó una y otra vez, poniéndose más y más rojo, sus manos lloraban y acariciaba su pelo una y otra vez.
Está aquí, frente a mí, temblando igual que yo y creo que ninguno de los dos sabemos porqué.
- Soy Juan.
- Lidia.
Me dio la mano, arañada y estropeada.
- ¿Puedo preguntarte que trae a una chica como tú a un sitio como este?
- El cáncer, la desesperación y el no saber que hacer con tu vida. ¿Y a una sonrisa como esa?
- Una enfermedad de nombre imposible de pronunciar.
- ¡Qué casualidad! – gritamos a la vez.
Nos sentamos en una roca y comenzamos a hablar como si nos conociésemos desde la infancia. Su balance de la vida tampoco era demasiado positivo, como yo no tenía a nadie en este mundo y si acaso existía el cielo, según él, sus familiares no se merecían estar ahí. Pensándolo bien es la única persona con la que he hablado más de dos minutos desde hace cerca de un año, deprimente lo sé.
- ¿Y a qué te dedicas? – me pregunta intrigado.
- A escuchar la radio, mañana, tarde y noche. Me despidieron del trabajo, perdí a mi novio y vino el cáncer, así que la radio me distrae y me entretiene, patético ¿no? ¿Y tu?
- Soy profesor, pero nadie aún me ha dado la oportunidad de demostrar que puedo ser bueno, prefieren dar los cargos a personas con experiencia, me gustaría saber como puedo conseguir experiencia si nunca me dan trabajo.
- Supongo que es la sociedad en la que nos ha tocado vi...
No soy capaz de terminar la frase, me mareo, comienzo a sudar y tirito, veo doble y apenas oigo como me pregunta que me ocurre. No puedo sostenerme en pie, me caigo, me duermo.
Mente en blanco.
Me despierto en la parte de atrás de su coche con la cabeza en sus piernas y su mano en mi cara mientras una canción suena por la radio.
- ¿Estás bien? – es la primera persona en mucho tiempo que se preocupa por mí.
- Sí, solo ha sido un mareo tonto.
Sin embargo, siento un malestar general, me cuesta respirar y pequeños y constantes escalofríos recorren mi cuerpo, me tiemblan las manos y de vez en cuando se me nubla la vista.
- ¿Salimos a tomar el aire?
- Sí, claro. Además ha parado de llover. – sonríe.
Hace unas horas quería acabar ya este viaje de dolor y angustia y ahora lo único que deseo es que este día se extienda, que se haga eterno. ¿Qué cabeza loca es la encargada de organizar el mundo? ¡Venga ya! No puede tenerme toda la vida a base de problemas y ahora, en el corredor de la muerte, mandarme un alma gemela. ¿Qué clase de dios o seas lo que seas eres? Las cosas no son así, esto no es justo.
Me he metido tanto en mis pensamientos que sin apenas darme cuenta estamos tumbados en el suelo, sobre las hojas húmedas. Mi cabeza se apoya en su pecho y oigo su corazón, acelerado cuando le miro y pausado cuando le acaricio el rostro. Una de sus manos reposa en mi hombro, la otra vaga inquieta por mis mejillas.
Me habla pero no puedo contestarle, veo doble y vuelvo a marearme, me incorpora y grita asustado, mi corazón alterna latidos rápidos y otros lentos, mis ojos se ponen llorosos y mis oídos se taponan, mi cabeza retumba, como si alguien le diese con un martillo de grandes dimensiones. Me apago. Lo sé. Noto lágrimas deslizarse por mi cara, pero no son mías. Mi corazón no late al ritmo que debería hacerlo. Él vuelve a gritar, pide ayuda, pero de nada sirve, me voy, me estoy yendo, me fui.
Al menos no abandoné esta vida sola como pensé que iba a hacerlo. Ahora solo espero que haya algo ahí arriba y poder pedirle cuentas al que aquí abajo llaman Dios.
viernes, 9 de julio de 2010
"Mi asesino era yo, el arma homicida un bote de pastillas y la causa una mierda de vida"
Las nubes lloran . Arrastro mis pies torpemente por las calles de Berlín. Me rio, lloro y me vuelvo a reir; por no volver a llorar supongo. Vengo de ningún sitio y supongo que alli es donde regresaré, a ningún sitio. En mis bolsillos, pequeñas y juguetonas arañas se divierten en sus telas. No huelo bien, nada bien. Añoro tiempos pasados. Él, fresas con chocolate, channel nº5, casa, cama, vestidos de seda y lo más importante; una vida.
-¡Taxi!
-Buenos días, ¿a donde la llevo?
- No tengo a donde ir, usted de vueltas, que al final del día acabará llevando a la comisaria.
- ¿Seguro que no desea ir a ningún sitio?
-Usted tranquilo que hoy tendrá trabajo, primero me llevará a la comisaria y después al hospital.
Ý así fue, a las doce de la noche tras seis horas dando vueltas yo carecía de cualquier tipo de riqueza con la que pagar y al llegar a la policia, les solucione la investigación, mi asesino era yo, el arma homicida un bote de pastillas y la causa una vida de mierda.
-¡Taxi!
-Buenos días, ¿a donde la llevo?
- No tengo a donde ir, usted de vueltas, que al final del día acabará llevando a la comisaria.
- ¿Seguro que no desea ir a ningún sitio?
-Usted tranquilo que hoy tendrá trabajo, primero me llevará a la comisaria y después al hospital.
Ý así fue, a las doce de la noche tras seis horas dando vueltas yo carecía de cualquier tipo de riqueza con la que pagar y al llegar a la policia, les solucione la investigación, mi asesino era yo, el arma homicida un bote de pastillas y la causa una vida de mierda.
miércoles, 7 de julio de 2010
“Lo que no sabía es que ser toro es sinónimo de ser un mono de feria. “
Me han separado de mis padres, estoy en una habitación oscura y húmeda. Y hay un montón como yo. La comida no es de lo más agradable. Y apenas tenemos sitio y casi no nos dejan dar paseos. Lo único bueno de este sitio son las historias del abuelo. Todas las noches, después de que los humanos se retiren el abuelo se levanta y a la vez que mueve sus orejas marcando el ritmo de sus palabras cuenta historias de los humanos y de algo muy extraño y raro. Al parecer, cierto día de Julio, nunca recuerdo si el siete o el ocho, nos dejan pasear a nuestras anchas y las personas pasean con nosotros. Tengo ganas de salir de aquí, seguro que el exterior sigue igual de maravilloso, hace tanto que no lo veo. Tengo un plan para escapar, pues aunque no sé muy bien lo que ocurre se que quien sale a ese circulo gigante no vuelve y no sé a donde se lo llevan, así que le he propuesto a Félix, mi único amigo , que ese día de Julio intentemos huir y vivir fuera de aquí, juntos. Él alegremente ha aceptado mi propuesta.
Hoy es siete de Julio, se oye mucho ruido, música y demás, por la pequeña ventana de la derecha se puede ver a mucha gente vestidos de ese color que tanto se mancha y con un pañuelo del color de la sangre. Me acerco a Félix y le recuerdo el plan, el asiente con la cabeza en señal de haberlo entendido. Alguien abre la puerta y de modo instintivo supongo, todos salimos corriendo, los humanos se unen a la carrera. No encuentro salida y he perdido a mi amigo, corro más y más pero es como un enorme tubo sin fin y no hay ninguna salida por los lados, solo recto y más recto. Las personas se interponen en mi camino y me tiran de las orejas, los cuernos y el rabo. ¿Qué les he hecho yo? ¿Por qué no me dejan? No me lo puedo creer, he vuelto a la plaza. Esto es un sin vivir. Vuelvo a mi habitación, sucia y oscura. Viene mi “cuidador” y me saca de allí y me lleva a un pasillo. Me hace daño, no se que hace con mis cuernos, los está cortando. Me golpea. ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! Dios, socorro. Mi tripa, mis piernas, ¿Qué hace? Me ha colgado algo del cuello. Pesa mucho. Apaga la luz y me deja ahí.
Ha pasado mucho tiempo, me abren la puerta y salgo. Hay un humano, lleva un traje ridículo, color rosa y una sábana roja en la mano ¿No sabe que esos colores se matan? Seguro que ha sido él el que me ha hecho todo eso, corro hacia él quiero hacer cosas que me lleven al infierno. Mi pierna izquierda no me funciona y me caigo, pero me da igual, vuelvo a levantarme y le doy, pero no sé 1es pasa a mis cuernos, no hacen nada, tan sólo le hacen volar por los aires. Comienzo a marearme y él maldito aprovecha para clavarme tres espadas. Caigo al suelo y sangro, sangro mucho. ¿Qué coño os pasa? ¿No se supone que vosotros sois la raza civilizada? ¿Acaso nosotros os atacamos gratuitamente? De pequeño pensaba que ser un toro era lo mejor que te podía pasar, fuerte, grande, robusto, guapo y todo lo que las hembras desean; lo que no sabía es que ser toro es sinónimo de ser un mono de feria. Sólo deseo ir al infierno para rendirle cuentas cuando el llegue allí, porque dudo que el cielo admita a asesinos como él.
Hoy es siete de Julio, se oye mucho ruido, música y demás, por la pequeña ventana de la derecha se puede ver a mucha gente vestidos de ese color que tanto se mancha y con un pañuelo del color de la sangre. Me acerco a Félix y le recuerdo el plan, el asiente con la cabeza en señal de haberlo entendido. Alguien abre la puerta y de modo instintivo supongo, todos salimos corriendo, los humanos se unen a la carrera. No encuentro salida y he perdido a mi amigo, corro más y más pero es como un enorme tubo sin fin y no hay ninguna salida por los lados, solo recto y más recto. Las personas se interponen en mi camino y me tiran de las orejas, los cuernos y el rabo. ¿Qué les he hecho yo? ¿Por qué no me dejan? No me lo puedo creer, he vuelto a la plaza. Esto es un sin vivir. Vuelvo a mi habitación, sucia y oscura. Viene mi “cuidador” y me saca de allí y me lleva a un pasillo. Me hace daño, no se que hace con mis cuernos, los está cortando. Me golpea. ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! Dios, socorro. Mi tripa, mis piernas, ¿Qué hace? Me ha colgado algo del cuello. Pesa mucho. Apaga la luz y me deja ahí.
Ha pasado mucho tiempo, me abren la puerta y salgo. Hay un humano, lleva un traje ridículo, color rosa y una sábana roja en la mano ¿No sabe que esos colores se matan? Seguro que ha sido él el que me ha hecho todo eso, corro hacia él quiero hacer cosas que me lleven al infierno. Mi pierna izquierda no me funciona y me caigo, pero me da igual, vuelvo a levantarme y le doy, pero no sé 1es pasa a mis cuernos, no hacen nada, tan sólo le hacen volar por los aires. Comienzo a marearme y él maldito aprovecha para clavarme tres espadas. Caigo al suelo y sangro, sangro mucho. ¿Qué coño os pasa? ¿No se supone que vosotros sois la raza civilizada? ¿Acaso nosotros os atacamos gratuitamente? De pequeño pensaba que ser un toro era lo mejor que te podía pasar, fuerte, grande, robusto, guapo y todo lo que las hembras desean; lo que no sabía es que ser toro es sinónimo de ser un mono de feria. Sólo deseo ir al infierno para rendirle cuentas cuando el llegue allí, porque dudo que el cielo admita a asesinos como él.
lunes, 5 de julio de 2010
" Ahora sé que el demonio tiene apariencia humana"
No sé quien es y la verdad es que no quiero saberlo. Parece un cascabel andante, sus numerosas cadenas hacen evidente su movimiento. Se ríe y se acicala los dientes con ese asqueroso palillo. Lleva un pañuelo que tan solo deja ver el cabello de la nuca, sucio y grisáceo. En sus manos, anillos de oro pierden su clase de fabrica, pues esas manos le quitan cualquier elegancia. Lleva un chaleco de cuero negro sobre una camiseta llena de calaveras, pantalones negros o no, espera.. son azules.. no, no, tienen rojo, en fin, no sé. Se acerca y dice: “Preciosa”, “ Linda, ven aquí” y cosas de ese estilo. Es argentino, lo deduzco por el acento. Me doy la vuelta, no tenía que haber atajado por ese callejón, es oscuro y siniestro. Doy la vuelta pero oigo chocar sus cadenas unas con otras, está corriendo, lo imito. Pero él me alcanza y agarra mi brazo como si fuese de piedra, casi sin poder respirar por haber cargado con el peso de su enorme barriga cervecera. “Eres guapa” me dice; “Eres gilipollas” pienso. Me dice cosas horrorosas, deseo arrancarme los oídos. Me empuja contra la pared y me toca, la tripa, los pechos, cosas que no se merece tocar. Se esta desnudando y también a mí, a la fuerza claro. Lloro y grito pidiendo auxilio, pero nadie contesta. Me duele, he perdido la mayor parte de mis uñas intentando hacerle daño cuando solo logro causarle cosquillas. Siento como mi cuerpo se destruye por dentro, mi corazón desea parar de latir y mis ojos quieren ser ciegos. Es algo realmente vomitivo.
“ Ha estado bien, preciosa, muy bien”
Esa fue su despedida, ahora sé que el demonio tiene apariencia humana.
Nunca pienso en la muerte, pero si pensase seguro que no me vería en una calle, sucia, con olor a necesidades fisiológicas y con ratas jugando al pilla-pilla. Me desangro poco a poco y siento como mi cuerpo se deshace por dentro, como una pastilla efervescente al irrumpir en la tranquilidad del agua. Por ser un poco optimista morir viendo la luna llena rodeada de estrellas no está tan mal. Adiós.
“ Ha estado bien, preciosa, muy bien”
Esa fue su despedida, ahora sé que el demonio tiene apariencia humana.
Nunca pienso en la muerte, pero si pensase seguro que no me vería en una calle, sucia, con olor a necesidades fisiológicas y con ratas jugando al pilla-pilla. Me desangro poco a poco y siento como mi cuerpo se deshace por dentro, como una pastilla efervescente al irrumpir en la tranquilidad del agua. Por ser un poco optimista morir viendo la luna llena rodeada de estrellas no está tan mal. Adiós.
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