Nunca había montado en moto y me daba un poco de miedo, pero supongo que me ayudó que me dijese que me agarrase con todas mis fuerzas a su cintura. No íbamos muy deprisa, pero el aire frío me daba con gran fuerza en la cara, aunque él debía de sentirlo mas ya que me había dado a mí el único casco que tenía, muy a mi pesar, pero bueno.
Llevábamos ya dos horas de viaje, así que, le pedí que parásemos a descansar, pero él insistió en seguir un poco más hasta llegar a un bar o una gasolinera donde comprar algo.
Quince minutos mas tarde vimos una gasolinera al fondo y decidimos parar a comprar y a recargar gasolina. Quedaban apenas quinientos metros cuando de la nada salió un coche y chocó con nosotros.
Por lo que me dijeron las pocas personas que estuvieron allí yo permanecí inconsciente unos diez minutos. Cuando me desperté, me dolía mucho la cabeza y aun más el brazo, pero por lo demás estaba bien. Fui donde estaba Jairo, no podía creerlo, solo podía gritar y gritar pidiendo ayuda, él estaba inconsciente y su pierna no paraba de sangrar. Lo abracé con todas mis fuerzas, como hacía siempre que algo iba mal. La gente llamaba a urgencias, pero allí no aparecía nadie.
Yo lo tenía en mis rodillas mientras veía como se iba desangrando y yo no podía hacer nada.
Pasada media hora llegó la ambulancia, para decir: “Lo siento, ha muerto”
No podía creerlo, lo que yo creía que era el comienzo de mi felicidad, había
sido el comienzo de mi eterna tristeza.
Os contaré la historia desde el principio y así os podréis hacer una idea de lo que él era para mí y de lo que yo era para él.
Nos conocimos demostrando los dos lo torpes que somos, tropezamos en el instituto y nos dimos un cabezazo.
Era el primer día del último trimestre del último curso y él acababa de llegar, era realmente perfecto. Su pelo castaño brillaba como diez mil lingotes de oro, sus ojos eran negros como el azabache y su mirada podía mantenerte parada y hasta hacer olvidar tu propio nombre. Era bastante alto, algo mas de 1,70. Sí, sé que es poco, pero comparada conmigo, que tan solo mido 1.53 eso es bastante ¿sabéis? Era perfecto físicamente, pero me juraba lo que quisierais a que era el típico creído de instituto, solo había que ver a todas las ovejas del rebaño abalanzándose sobre el malo, perfecto e irresistible lobo. En fin, no sé que hacia fijándome en él, no era mi tipo, ó bueno mas bien yo no era el suyo, pero ese es otro tema.
El profesor de Biología mandó hacer un trabajo por parejas sobre la reproducción de los mamíferos. El hecho de hacer un trabajo de la asignatura que más odio ya resulta inaguantable, pero más aún lo era hacerlo con un chico al que acabas de conocer y al que odias, sin aún saber muy bien el porqué.
Todas las chicas me felicitaban, decían que era una afortunada por pasar una tarde con él, aunque sólo fuese para hacer un trabajo. Yo lo veía como un fastidio, pero preferí no decirlo. Sólo una chica no se acercó a felicitarme, era Bárbara. Estaba en el fondo de clase y me miraba como si me fuese a matar con la mirada. “Barbi”, que era así como se hacía llamar, era algo así como la diva del instituto, todo lo que quería lo conseguía y todos la conocían. Si tenías un problema con ella lo tenías con todo el instituto, así que yo siempre procuraba mantener las distancias intentando evitar demostrar mi gran odio hacia su persona.
Al acabar las clases, salí a la parte de atrás a esperar a mi padre como siempre, cuando oí que alguien gritaba: ¡Mel! Me giré para ver quien me llamaba y era él, Jairo.
-¿Cuándo te viene bien quedar par hacer el trabajo, Mel?
-Dos cosas: para ti no soy Mel, soy Melinda y mañana después de clase en la biblioteca.
-Me parece bien niña con carácter – dijo con esa sonrisa odiosa y a la vez encantadora.
-Quizás tu seas un niño, pero yo dejé de ser una niña hace ya bastante tiempo.
Fue lo último que dije y mientras el corazón me latía a una velocidad que no lo había hecho nunca, me subí al coche de mi padre. Mientras él seguía ahí parado, sonriendo como un idiota.
Al día siguiente, al acabar las clases fui a la biblioteca. Ahí estaba él, sentado al fondo y rodeado de ovejas balando. Es impresionante como un par de ojos bonitos y una melena brillante pueden anular las neuronas de una adolescente.
-Hola-dije con indiferencia.
-Hola Mel, digo Melinda, te he guardado un sitio.
-Muy amable. Aquí tengo algo de información que busqué ayer. ¿Tu has hecho algo o no?-dije con un tono verdaderamente borde.
-Sí, he traído información generalizada y algunos casos especiales como ejemplos.
-Si bueno, no está mal...
Era impresionante había todo tipo de información, cerca de veinte páginas escritas a mano con miles de descripciones y explicaciones detalladas frente a las dos páginas que yo había logrado escribir en toda una tarde.
-¿Te puedo preguntar una cosa?
-Tu pregunta que ya veré yo si te respondo- contesté un tanto intrigada.
-¿Eres así con todos? Me refiero, no me conoces y no me has regalado precisamente cajas de amabilidad.
-Sí que te conozco, eres el típico creído y egocéntrico que cree que puede conseguirlo todo con sólo una mirada. Eres el tipo de chico que no soporto.
-No me has dado oportunidad ni siquiera de presentarme, sólo has sabido prejuzgar, cuando mi única intención era conocerte- seguía sin quitar esa sonrisa que cada vez me ponía más nerviosa.
-¿Y por qué querrías conocerme? Soy la que se sienta al fondo de la clase y no habla con nadie. Ya me han tomado el pelo muchas veces y no estoy dispuesta a pasar por eso una vez más.
-Precisamente porque eres la única chica que no se ha abalanzado sobre mí en cuanto me ha visto, por eso quiero conocerte. Y entonces que, ¿me das una oportunidad?
Aunque yo siguiera odiándole, esas palabras se habían ganado una oportunidad, ¿no creéis?
-Está bien, me voy de vacaciones hoy y no vuelvo hasta dentro de una semana. ¿Nos vemos el martes?
-Me parece perfecto. ¿A las cinco en el quiosco de la esquina?
-No, a las cinco y cinco en el bar de al lado del quiosco de la esquina.
-¿Te gusta siempre tener la última palabra verdad? Pues allí nos veremos.-y se marchó antes de que yo pudiese pensar una respuesta ingeniosa.
Una semana después, llegó el martes. Era día trece, sé que eso de creer en que da mala suerte es ridículo, pero incluso a los que no son supersticiosos, este número no les hace especial gracia, sólo hay que ver que los aviones no tienen fila trece.
Llegué justo a y cinco y él llegó a y diez, lo primero que dijo fue: Lo bueno se hace esperar. No pude evitar sacar una sonrisa, aunque claro, él ya la traía puesta de casa. Fuimos a unas colinas que hay cerca del barrio, es un sitio bastante tranquilo y no pasa demasiada gente, además hay unas mesas con bancos y la carretera está lejos, así que solo se oye el viento y algún que otro ladrido de perro.
A medida que hablaba me iba pareciendo menos y menos imbécil.
¿Sabéis que una persona de diecisiete años puede llegar a vivir en siete ciudades distintas? Pues yo ahora sí. Su padre era pastor de una iglesia evangélica y tenía que ir a donde le mandasen, él me contó que no creía en nada de eso, pero que sus padres, en cierto modo, le obligaban a creer en ello. Deseaba cumplir los dieciocho para poder marcharse a alguna parte lejos de su familia para poder creer en lo que él quisiera y hacer lo que le apeteciera. Esa historia me sonaba, mis padres han organizado mi vida desde que usaba pañales, han elegido mis institutos, mis colegios, mi vida era un horario de clase, con la diferencia de que nunca tenía recreos, en los que hacer lo que cualquier adolescente normal haría, ya sabéis salir y todo eso. Mis padres querían que estudiase medicina, como ellos, aunque quizás si me hubiesen dado la oportunidad de hablar, se habrían dado cuenta de que yo llevo mucho tiempo queriendo estudiar magisterio. Me pareció que me había equivocado, lo había juzgado sin haberlo conocido. Así que vi oportuno pedirle perdón y lo que él contestó fue: Llevaba toda la tarde esperando escuchar esa palabra.
Se levantó y me agarró de la mano, haciendo que me levantase yo también, me acercó a él y me acarició la cara al tiempo que acercaba sus labios a los míos. Primero nuestras bocas se rozaron y finalmente, nos besamos.
Me abrazó y creo que pudo sentir que mi corazón latía tan fuerte que hasta una persona en la otra punta de la ciudad podría escucharlo.
-¿Ha sido tu primer beso, verdad?- esa sonrisa me seguía poniendo muy nerviosa.
-Sí... ¿Tanto se ha notado?- noté como al mismo tiempo que las palabras salían de mi boca mis mejillas se ponían mas y más rojas.
-Si, se ha notado bastante porque ha sido el beso más bonito que me han dado en mi vida.
El miércoles llegué a clase muy temprano y en la puerta estaba Jairo, que nada mas verme me dio los mejores buenos días que me habían dado nunca. Creo que fue justo después de besarme, cuando todas las ovejas y los carneros se quedaron mirándonos con la boca abierta, Es más, gente que llevaba conmigo en clase desde primaria, creo que acababa de darse cuenta de mi existencia.
Creo que tendría que aguantar varias tonterías de Bárbara, ya que para ser diferente de los demás nos felicito escupiéndome a la cara, digamos que era su forma de demostrar el gran amor que sentía por mí, pero bueno creo que podría soportarlo.
Nunca había sido tan feliz como los meses en los que estuve con él. Pasar tardes y tardes echada en su pecho, escuchando como me susurraba al oído que jamás me dejaría, recorriendo la ciudad cogidos de la mano y viendo a la gente morirse de envidia, tener el cuerpo lleno de sus besos, oler a él todas las horas del día, andar dos pasos y ver algo que me recordaba a él, era como un cuento de hadas, y algo me hacía pensar que no saldría bien porque ni siquiera cuando tenía siete años me creía los cuentos de hadas, así que mucho menos con diecisiete...
Pasaron semanas y todo seguía perfecto e incluso las tonterías de Bárbara habían cesado.
El doce de Junio comenzaron los exámenes, yo me agobio mucho con ellos ¿sabéis? Siempre pienso que me irá fatal y que no me dará tiempo a entregar los trabajos. Pero claro “Don Perfecto” nunca se agobiaba y eso me ponía de los nervios.
El diecinueve nos dieron las notas, ambos habíamos aprobado todo.
Lo llamé por la noche para ver que le habían dicho en casa, un simple, están muy bien es lo que recibió. A mí me hubiera gustado oír un muy bien a todas esas críticas, olvidándose de mis logros y fijándose tan sólo en la asignatura que me había ido peor y que de todas formas estaba aprobada con un seis.
Al día siguiente quedamos y me pidió algo que no habría imaginado nunca.
-No sé si te acuerdas que hace unos meses te dije que al cumplir los dieciocho me iría de casa, para poder hacer lo que de verdad deseaba.
-Sí me acuerdo.
-Pues si dices que no, lo entenderé, pero…¿Querrías venir conmigo a no se sabe donde, a ser lo que queramos ser, a creer en lo que queramos creer, a vivir donde queramos vivir, a salir donde queramos salir y a querernos como estoy seguro no lo ha hecho nunca nadie?
-Aunque no quisiera irme contigo tengo que hacerlo, te has metido tanto en mi corazón en tan poco tiempo que aunque quisiera no podría olvidarte, porque ahora mi vida eres tú, no sabría despertarme y no recibir ese mensaje a las siete de la mañana diciéndome lo mucho que me quieres, ni que llegue un sábado y no poder ir contigo a pasear, ni acostarme sin pasar antes una hora al teléfono, simplemente sería incapaz de no quererte.
-¿ Estás segura? Piensa que dejarás aquí a tus padres.
-Sé lo que quiero y te quiero a ti. Nuestros padres nunca nos han dejado ser nosotros, ya es hora ¿no?-dije observándome en como sonreía sin poder evitarlo.
-Está bien, mañana te espero en el bar de al lado del quiosco de la esquina a las cinco y cinco.
-No, en el quiosco de la esquina a las cinco y sé puntual.
-Lo seré. No traigas mucho equipaje, vamos en moto.
-¿En moto? ¿Eso es seguro?- no me hacía mucha gracia eso, las motos no eran muy amigas mías.
-Tranquila, cuando estés conmigo nunca te pasará nada, yo te protegeré siempre ¿vale?
-Confiaré en ti entonces. Te quiero. Hasta mañana.
-Y yo a ti, pequeña.
El resto ya lo conocéis. Él tenía razón, mientras estuviese con él no me pasaría nada a mí, pero yo no pude protegerle. Yo vi como moría en mis brazos y vi como todos nuestros sueños desaparecían por segundos como los muñecos de nieve al salir el sol. Ya han pasado siete meses y yo aún no he logrado olvidarle, quizás tampoco lo he intentado.
Ahora estudio magisterio en Málaga, la ciudad a la que me iba a llevar, me enteré por unos planos que encontré en su mochila y cada día lo recuerdo e imagino que está a mi lado, porque como bien dijo, nunca me dejaría y yo nunca lo olvidaré.
Que boniiiiiitooooo...Y que triiiiisssteee...
ResponderEliminarMe encanta(L)
Gracias otra vez (: :$
ResponderEliminar