viernes, 18 de marzo de 2011

"El cielo entero te lo está gritando"

"Para aquellos optimistas, que en una vida llena de desastres, ven un nombre propio."

Primera parte: Cincuenta y tanto malolientes fluidos flotaban desagradablemente en aquel autobús de segunda clase. El llanto de un niño se oía desde el amplio cristal de delante hasta el motor ardiente de la parte trasera. El bostezo del conductor dejaba ver que llevaba ya siete horas de conducción sobre sus espaldas. El beso de unos adolescentes me hizo añorar esa época de ignorancia e ilusión. Pero fue aquel frenazo, el frenazo de mi vida, el que disipó todas mis pequeñas distracciones. Un joven chofer, novato lo más seguro, se antepuso en el camino del autocar, todos avanzamos dos o tres pasos precipitadamente, una lechuga y dos tomates rodaron por el estrecho pasillo seguidos de dos bolsas de cartón de las que desconocía el contenido. Di un grito, tal vez un poco ridículo, llevé mi mano derecha al corazón y mis ojos fueron a parar a los suyos, que sobresaltado por el choque se hallaba parado frente al vehículo. Creo que sin que nos diésemos cuenta alguien había atado nuestras pupilas con un hilo invisible ante el ojo humano. Durante aquellos escasos minutos - que para mí fueron décimas de segundo - el caos reinaba en la vieja carretera, a pesar de que el accidente no había tenido más daños que un pequeño hundimiento en la parte delantera del coche entrometido. Mientras, en mi cuerpo, una mezcla homogénea de incertidumbre, seguridad y paz se había hecho “okupa”. Su pelo era oscuro, tan oscuro como una noche de invierno, en cambio sus ojos eran el polo opuesto, eran de un azul tan claro que en algún recoveco del iris parecía transparente. Más tarde, cuando lo tuve al lado pude ver que era alto, una o media cabeza más que yo, sí, aquel hombre de primera clase subió a aquel cuchitril de autobús. Desconocía las personas de ese mundo, pero aquella lustrosa y elegante vestimenta y el hecho de que todos los pasajeros se abrieron a su paso me hizo entender que no sería el tipo de hombre que vería por mi barrio, ni comprando pan ni paseando al perro, seguramente ya tendría a alguien para que le pasease al perro. Con un paso desmesuradamente seguro se fue acercando a mí, yo me hice la sueca lo más que pude, pero la dirección de sus pasos era clara, su destino era yo. Se paró junto a mí, a mi izquierda y se agarró en la misma barandilla que yo, creo que nuestras manos se rozaron, o tal vez no, la verdad es que tengo esos recuerdos un poco borrosos. Notaba como sus ojos se clavaban en mí, como si tuviera ante estos a la mujer más bella que había visto jamás, pero me tenía a mí, Lluvia Vela Crespo, no había más. Creo que en mis 20 años él era el primero que se paraba a observarme de aquella manera, me hacía sentir bien, pero extraña, la falta de costumbre supuse.
- Hace un día precioso, ¿no cree?
Asomé la cabeza al cristal de la ventana, llovía a mares. ¿Qué es eso? Ah sí, creo haber oído un trueno.

-Va a ser verdad que cada par de ojos ve la realidad a su manera. - dije sin apartar mis ojos del mugriento suelo.
-¿Y como la ven los suyos, señora?
- Mejor que los suyos ya lo creo, pues si no le importa, soy señorita.
- OH sí, disculpe, no quería meter la pata.
No pude evitar soltar aquella pequeña carcajada que intente esconder bajo el pañuelo añil, pero la vio, la escuchó y la sintió.
-Tiene una sonrisa digna de admir...
Le interrumpo.
-Me bajo aquí - dije tres paradas después de que aquel hombre le diera algo de clase a ese transporte. - Adiós.
Como si le hubiera dicho que el mundo se acababa ese día, su cara se descompuso, aunque quizás aquel pequeño ecosistema que habíamos creado en menos de quince minutos se fuese a deshacer entonces. Pero no fue así, fue aquel dato de última hora, el cual, por suerte o por desgracia, yo le proporcioné.
-¡Espere!¡No se vaya!¡Necesito saber su nombre! - gritó angustiado.
-El cielo entero se lo está gritando.
Y le sonreí y me fui corriendo, pidiendo a Dios con todas mis fuerzas que aquel hombre se subiese de nuevo al autobús, que fuese su destino, que un deseo incomprensible de encontrarse conmigo le recorriese todo el cuerpo.

Segunda parte:

El canto del viejo gallo me despierta, o más bien me asusta y me caigo de mi cama de paja. Alguien golpea la puerta de madera tres veces y mi padre, refunfuñando, se acerca a abrir.

-Ya voy, ya voy, quien será a estas horas - escucho como la puerta chirría al abrirse - Hola.

-Hola, espero no haberle despertado, si es así, discúlpeme.

-¡OH, no, tranquilo señor! - sorprendido por el lujoso coche que el desconocido forastero luce tras de sí mi padre miente como un bellaco.

-Menos mal, no tenía la intención de causar la más mínima molestia, me preguntaba si...¿vive aquí Lluvia?

Recé para que mi padre mintiese otra vez, había reconocido esa voz desde la primera sílaba. Pero habían pasado ya siete días desde el frenazo de mi vida y todas las disparatadas ideas que habían rondado mi cabeza no eran más que sueños banales, ya que mientras el se daba baños de oro yo me los daba de agua fría, no llegaríamos a nada. Quería olvidarle, olvidar aquel día y no volver a verle jamás. Pero a mi padre le dio por ser sincero.


-Sí, claro. ¿Quiere que la llame?

-Sí, por favor.

-¡Lluviaaaaaaaaaaaaaaaa!

Era imposible no oír la voz de mi padre.

- ¡No estoy! - grité desde detrás de la puerta de la cocina.

Oí su carcajada, tan dulce como unas fresas con chocolate el día de tu cumpleaños.

-En fin, espere, iré a buscarla - dijo mi padre.

-Gracias, señor.

Salí antes de que mi padre viniese y me cogiese del brazo, tiene demasiada fuerza o yo demasiada fragilidad, no lo sé.

Llevaba el vestido de cocinar, lleno de arreglos con viejos retales de algodón y mi pelo.. Mejor dejémoslo.

-Pero Lluvia, ¿acaso no ves a nuestro invitado? Como se te ocurre salir así... - me agarra fuerte del cuello mientras me dice eso y tras soltarme se disculpa por mí.- Perdónela, señor.

-Quien se presenta en casas ajenas a horas imprudentes es él, no yo.

-¡Quieres callarte ya! Compórtate, Lluvia.

Mi intención no era otra que causarle una impresionante antipatía, pero su sonrisa denotaba un mayor interés por mi persona por cada impertinencia que mis labios pronunciaban.

Y que unas ganas tremendas de lanzarme a sus brazos me recorriesen el cuerpo no eran motivo suficiente como para hacerlo.

Miré a mi padre "pidiéndole perdón" por mi comportamiento y mis ojos le dieron a entender que quería quedarme sola con él, lo llamo él, porque aún ni siquiera sabía su nombre. Llevaba una semana soñando con alguien del que no sabía nada, bueno, tan solo una cosa, le quería, por alguna estúpida razón, le quería mucho.

- ¿Qué quiere? – pregunto sin apartar la mirada del viejo felpudo.
- En primer lugar, sería un placer ver sus ojos y en segundo lugar, sería un placer aún más grande que me concediese su mañana.
- Ocupada.
- ¿Su tarde?
- Aunque suelo procurar conocer el nombre de mis amigos antes de aceptar citas me veo obligada a decirle que si, conociendo su imprudencia sería usted capaz de invitarme por la noche, a horas imprudentes, ¿o me equivoco?
- Espere empecemos otra vez. Soy Efrén. Encantado de conocerla. ¿Quiere salir esta tarde?
- No sea infantil anda. Recójame a las 6 aquí, sea puntual.
- Lo seré.

Sale por el camino de baldosas blancas, se da la vuelta y saluda a mi padre, que escuchaba desde la ventana de su habitación incluso con más atención que yo.
- Ven aquí, Lluvia – la voz de mi abuela se oye desde el fondo – siéntate.

Obedezco.
- Así que este es el chico del que todas las verduleras hablaban esta semana en el mercado. ¿Te gusta?
- Que dice abuela, no tengo tiempo para pensar en esas cosas, tengo que ayudar a papá e ir a trabajar.
- Vamos hija, tienes 20 años, ya tendrás tiempo de meterte en una casa. ¿No pensarás ir así vestida a tu cita no?
- Abuela... que no es una cita y no pensaba ir así pero tampoco ponerme el traje de los domingos.
Me mira decepcionada, pero no sorprendida, nunca he prestado mucha atención al sexo opuesto, he sido bastante individualista. Aún así, hoy me parecía un buen día para hacer un cambio, no muy brusco, claro está, pero si uno suave. Muy suave.

- ¿Aún guardas aquel vestido morado de cuando eras joven?
- Arriba, en el desván, doble fondo del baúl. Corre. – sonríe.

Hace tres años que no piso el desván, ni yo, ni mi padre, sólo mi abuela tiene el valor de hacerlo. La última vez que subimos los tres juntos fue cuando mi madre murió, guardamos allí todos los recuerdos, mi padre decía que lo mejor era borrarla del mapa, como si no hubiera existido, sufriríamos menos, decía.

Abrí la puerta muy despacio, como con miedo de que los recuerdos me azotasen la cara. Echo una primera visual a la sala y al entrar tropiezo con una caja que se abre dejando ver cientos de fotos y cartas atadas por un bramante. Es mi madre. Y las cartas son de mis padres. Abro una y descubro que en algún momento mi padre también le prestó en su vida un hueco al amor. A la derecha están sus cuadros, mi madre pintaba, eso sí, nada más que a carboncillo, las pinturas eran demasiado caras, aún así, son preciosos. Y por fin doy con el baúl, al fondo bajo una tela blanca, o quizás algo amarillenta debido al paso del tiempo. Tras un montón de vestidos antiguos, estaba el doble fondo y tras él, un vestido, el vestido. A pesar de sus cincuenta años es precioso, mangas a medio brazo, escote sugerente pero discreto y una caída libre color lila. A lo tonto ya son las dos, como y comienzo a arreglarme.

Tercera parte:
Agarro con la mano derecha el vestido, el tacto de la seda es agradable; deslizo la izquierda por la barandilla de la escalera y el ruido de los zapatos de tacón llama la atención de mi pequeña familia. Tras una hora de trabajo, mi pelo ondulado cae hacia el lado derecho, un recogido simple pero llamativo.

- Eres igual que tu madre.
- Gracias, papá.

En su cara se dibuja un gesto de admiración, su boca permanece abierta y parece que haya visto a su hija vestida de novia, espero que no se desmaye si eso pasa algún día.

- Disfrútalo, una no se pone así si no tiene un mínimo de interés, cariño.
- Lo intentaré, abuela.

Toc, toc, toc. Alguien llama a la puerta.

- ¡ Voy yo, voy yo! – tropiezo y casi caigo escaleras abajo.
- Guarda el entusiasmo para dentro de unos minutos hija, a ver si ahora no llegas a la cita. Ya abro yo.

Un poco avergonzada me recompongo frente al espejo de la entrada y escucho su voz de fondo.

- Hola.. esto.. yo venía a buscar a Lluvia...
- Si, espere.

- Hola, Efrén. – sonrío y observo su cara de sorpresa.

- Hola, Lluvia. Tome esto es para usted,

Esta nervioso, sus manos temblorosas me tienden una biznaga, como supo que era mi flor preferida, es algo que nunca supe la verdad. Cuando la cojo, me tiende el abrazo y como si lo conociese de toda la vida, lo agarro con total confianza.

- Cuídemela, por favor. - pide mi padre.
- Papá...
- Lo haré, señor.


Nos montamos en su coche y condujo durante una hora más o menos. En esos 60 minutos me dio tiempo a conocer algo más que su nombre y la inquietante sensación que causaba en mí. Venía de un país de África, no recuerdo muy bien su nombre, aún así toda su familia era de España. Tenía 27 años, siete más que yo, pero no se le notaba, derrochaba tanta vitalidad. Es empresario, de los mejores al parecer y pertenece a una familia de estas a las que todo el mundo conoce, todo lo contrario a mí, claro está.

Nuestro destino era el Lago “ Nomeolvides”. Su nombre viene de una leyenda que cuenta que un día de otoño un príncipe despechado lanzó al agua a la mujer que le había rechazado y del fondo salió disparada la nomeolvides hasta la barca del susodicho. El príncipe la tiraba una y otra vez al agua pero la pulsera siempre regresaba. Así que decidió romperla, pero cuando fue a hacerlo una enorme ola se lo tragó. Ahora es un monstruo marino, o al menos, eso dicen.
La historia me la contó Efrén, no sé si pretendía asustarme o sorprenderme, tan poco se que fue lo que logró.

- ¿Confía en mí?
- Que remedio...
- Cierre los ojos.

Me cubrió los ojos con un pañuelo y me agarró ambas manos desde atrás guiando mis pasos por el camino rocoso. Me pidió que me subiese a una superficie poco estable, una barca vieja y de madera, aunque pintada recientemente como comprobé cuando me retiró la venda de los ojos. Había remado llevándome hasta el centro del lago.

- ¿Es tuya?
- Desde hace seis horas – rió.
- ¿La has hecho tú?
- Sólo la he adecentado.

Comenzó a llover, histérica me puse a gritar, pero de pronto, respiré, recapacité y aprecié el momento. Con que llorasen las nubes ya era bastante, yo quería disfrutar del agua.

- ¿ Has puesto nombre a la embarcación?
- Sí, el cielo entero te lo está gritando.
- ¡¿En serio?! – no podía ser verdad.

Señala la proa con la mano izquierda a la vez que se acerca y me invita a hacer lo mismo. Me asomo y entonces veo una inscripción, es el nombre de la barca, es mi nombre. Pero cuando voy a incorporarme me caigo.

Durante unos segundos estuvo asustado, no me veía. Se lanzó al agua y entonces yo salí a la superficie riendo a carcajadas. Nadó hacia mí y no dijo nada, solo noté una expresión de alivio. Ambos teníamos los labios morados, el agua estaba congelada y respirábamos de forma acelerada debido al aleteo de nuestros pies en su esfuerzo por no hundirse. Hubo un momento en que sus ojos me hipnotizaron, pero me di cuenta de que el también estaba hipnotizado por los míos, me había centrado tanto en la belleza de los suyos que no me había parado a pensar que los míos eran idénticos. Aunque parecía imposible distraerse de aquella mirada lo hice y le miré los labios, y luego los ojos, y otra vez los labios, hasta que llegó un momento que no vi nada, sólo sentí como me daban el beso de mi vida.

A partir de ahí nos convertimos en almas gemelas, nuestra historia se escribía sola, como un carrito de ruedas cuesta abajo, éramos inseparables, mezclamos dos mundos totalmente distintos y quizá fue por eso que un día se rompió una rueda y más tarde, la otra.

Cuarta parte: Tres meses más tarde.

Noventa y dos días a su lado me bastaron para saber que era él. Quitando la obviedad de que el primer amor marca, yo sabía que él sería el único hombre al que diría te quiero a los ojos y no temblaría por si Dios me oye. Aquel día, cuando se pinchó la primera rueda había quedado con él, en el corral, a las cinco. Mi abuela dormía la siesta y mi padre había ido a visitar a su amigo Ramiro. Estaba tumbada en unos montones de paja cuando alguien me abrazó.

- El día ya tiene 17 horas y yo aún no te he dicho te quiero, es un delito.
Sonrío.

- ¿Te han dicho algo más tus padres?
- Sí, nada más que sandeces, que deje de verte si no quiero arruinar mi vida, que eres una... – se calla de repente.
- ¿Una?
- Una buscona que solo quiere mi dinero. Pero ellos son unos amargados, si la envidia los corroe no es mi culpa y mucho menos la tuya.
- ¿Y si te busco problemas, Efrén? Yo te quiero, pero sería un enorme egoísmo retenerte aquí conmigo, tu vida puede ir mucho más lejos que esta pequeña ciudad. Yo no pasaré de profesora del pueblo. De verdad, no te guardaría rencor si te fueses.
- ¿Pero que dices, Lluvia? Nunca he sido tan feliz como estos últimos meses, sin ti no podría, yo no quiero terminar como mis padres y se que si te dejo terminaré así.

Me besó. Y ahí comenzó lo que nuestras familias vieron como un pecado mientras que nosotros lo veíamos como el mayor acontecimiento de todas nuestras vidas.

Me echó de nuevo en el montón de paja. Me besó y comenzó a acariciarme. Mi mano izquierda levantó su camisa y él, como si mis ojos se lo pidiesen, se la quitó. Poco a poco la ropa quedó esparcida por el corral. Y ambos dibujamos en nuestros respectivos cuerpos mapas que recorrimos con la yema de los dedos con tanta suavidad como si temiésemos rompernos. Llené su piel de transparentes besos. Una milésima de milímetro separaba nuestros cuerpos, noté su calor y le entregué mi primera vez. Mientras yacíamos el uno sobre el otro mi padre irrumpió en la sala.

- ¡Desgraciado! ¡Fuera de aquí! ¡No quiero verte nunca más en esta casa! ¿Me oyes? Largo.

Se vistió rápido y se fue.

- Papá, espera, deja que te explique.
- Escúchame bien Lluvia Vela Crespo, no vuelvas a ver a ese hombre en tu vida. No saldrás de casa. ¿Te queda claro? Búscate a alguien que te respete hasta que te cases, ¿ o es que acaso eres una cualquiera?
- No me hace falta firmar unos papeles para saber que es el hombre de mi vida, papá, ¡no me hace falta!

Pasé exactamente dos semanas sin verlo, encerrada en casa, escuchando como mi abuela convencía a mi padre para que fuese más comprensivo, pero fue en vano, era más bien de mente cerrada aunque también comprendo el shock . Pero mi abuela me entendía, con los años comprendí que fue porque ella había vivido algo parecido. Más sorprendente fue aún cuando me enteré de que mi padre y mi madre vivieron algo similar, pero ese es otro tema. Mi abuela consiguió que nos viésemos y entonces le di la sorpresa. Siempre he sido muy directa con las noticias, las suelto, sin rodeos ni introducciones.
Tras abrazarle y besarle con unas enormes ganas, lo solté.

- Estoy embarazada.
- ¿Embarazada, de estar embarazada?
- Si, Efrén, de estar embarazada.

Me agarró con todas sus fuerzas de la cintura y comenzó a dar vueltas. Me soltó en el suelo y corrió por la calle gritando, ¡Seré papá! ¡Seré Papá!

Regresé a casa sola, y cual fue mi sorpresa cuando vi a medio barrio enclaustrado en el jardín de mi casa. Todos se giraron al verme y me miraron con un gesto de pena. Entre a casa y cuando fui a preguntarle a mi abuela, lo entendí todo. Se hallaba tendida en la cama, mi padre le sostenía la mano derecha, mientras ella intentaba hablar sin demasiado éxito.

- ¡Abuela! Papá, ¿Qué le pasa?
- - Sal conmigo, Lluvia - me acompañó hasta la puerta. – Verás hija, tu abuela... tu abuela se va a morir, de un momento a otro morirá... Lo siento mucho, cariño.

No, no podía ser, mi abuela no podía irse, ella no. Me acerqué al filo de la cama y la abracé, mi cabeza cayó sobre su corazón y sentí como su latido era más y más suave por momentos.

- Abuela, no te vayas.
- Déjame marcharme hija, estaré mejor, volveremos a vernos dentro de muchos años, eso sí. Tú se feliz con Efrén, no dejes que tu padre os eclipse.
- Gracias, abu. He de decirte algo, estoy embarazada de él.
- Es fruto de un amor verdadero, cuídalo.

Cerró los ojos y durmió eternamente.

- ¿Embarazada? Fuera de mi casa, largo.
- Pero papá, ¿Hablas en serio?
- Sí, ¡Largo todo el mundo! ¡Fuera de mi casa!

Nunca había visto así a mi padre, su mirada se llenó de furia, sus manos estaban ajetreadas y malhumoradas y su gesto era de odio, de odio al mundo.

Salí de casa, corriendo. Apenas me dio tiempo a coger nada. Sólo tenía un lugar al que ir, la casa de Efrén, la casa de sus padres.
Caminé durante horas y horas, bajo la lluvia y en algún momento, aguanieve. Nunca pude ver mi aspecto, pero sabía que no era demasiado bueno.

Por fin llegué, tiritando logre atinar tres golpes lo suficientemente sonoros como para que se oyesen dentro de la “ mansión”.

No sé que hora era, deduzco que tarde por la vestimenta que cubría los gruesos cuerpos de los señores Casanova.

- ¿Quién eres? – preguntó el señor.

Sabían quien era Lluvia, pero hasta esa noche no relacionaron dicho nombre y sus prejuicios con ninguna cara humana.

- So...soy... - no podía articular palabra y tras ver a Efrén bajar las escaleras de mármol me desplomé.

Las próximas horas están en blanco, lo siguiente que recuerdo don sus caricias y su voz susurrándome al oído: “ Te quiero mucho, pequeña. No dejaré que te pase nada nunca, ¿me oyes?
Sus padres entraron en la habitación y yo continué haciéndome la dormida, me convenía escuchar.

- ¿ Esta es la niñata por la que piensas arruinarnos? – le preguntó su madre.
- ¡Cállate, mamá! No es una niñata, es una mujer, es la madre de tu nieto y es la persona que va a dormir aquí, en esta habitación, conmigo, el resto de mis días.
- ¡Pero si es una muerta de hambre! ¿Tu crees que de ella va a salir un nieto sano? Efrén, si te quedas aquí lo perderás todo, o te vas a Luxemburgo o moriremos los tres de hambre, ¿Te enteras? La vida que te queda aquí es un camino a la pobreza.

Esa era una situación que yo desconocía, pero ya lo hablaríamos después, ahora tenía que seguir escuchando. Mi “casi suegro” permanecía en su posición de calzonazos.

- Entérate de que ahora mi vida tiene nombre propio y me da igual bañarme en oro que en agua fría.
- Estúpido enamorado.
- Casada frustrada.

Salieron de la habitación y entonces yo me hice la despierta. Llegamos a una especie de acuerdo, le convencí para que se marchase y juré y perjuré que le esperaría. Yo lo haría, lo tenía claro, pero él no volvería. Su vida en aquella ciudad sería mejor y aunque el principal nombre propio de su vida siempre sería yo, encontraría un segundo nombre. No le he guardado rencor nunca, para nada, viví lo mejor del amor en cuatro meses, me libré de las broncas, de los engaños y de las traiciones, disfruté sin tener que pagar un precio después. Alguien dijo alguna vez que el verdadero amor es aquel que busca la felicidad del otro sin exigir en pago su propia felicidad. Yo le deje ser feliz e incluso lo he sido yo también, he tenido a Ramiro Casanova Vela para recordarme aquella aventura cada día de mi vida. Le he amado a distancia, pero probablemente, le he querido más que muchos matrimonios que viven bajo el mismo techo.

Quinta parte: Treinta y siete años después.

¿Has leído mi historia? Muchas Gracias, de verdad. Pero espera, queda el último capítulo, guarda silencio, no hables, solo lee y espía tras la puerta de madera.

El calor de mi cama me resguarda, aunque si quisiera tampoco podría salir al frío exterior, mis huesos son ya demasiado débiles como para moverse y la fuerza de mi corazón se apaga poco a poco.

- Mamá, ¿estás despierta? - la triste voz de mi hijo entra por la puerta entreabierta.
- Sí. ¿Qué pasa?
- Ha venido alguien, dice que te prometió hace años que lo haría. ¿Le dejo pasar?
- Sí, es tu padre. – mi manera de dar las noticias seguía siendo la misma incluso en mi lecho de muerte.

Intento incorporarme sin éxito alguno. Pero aún así, lo veo. Su pelo es ahora blanquecino, pero aquellos ojos.. aquellos ojos siguen siendo los mismos.

- ¿Sabes qué? Tienes mejor aspecto que la primera vez que me recibiste en tu casa – rió burlón.
- Tu sigues exactamente igual de indiscreto que entonces. – lo acompañé en su risa- Jefe de la TBT leí en los periódicos.- afirmé luego más seria.
- Sí, pero el puesto no me daba lo que yo quería.
- ¿Y que querías tú?
- Lo que el cielo de aquella ciudad me ha gritado la mayoría de los días. Un clima lluvioso el de Luxemburgo, ¿sabes?

Lo miro y me mira. Una ola de lágrimas inunda mis ojos pero su abrazo las seca. El calor de sus brazos es mucho mejor que el que me ha dado la soledad todos estos años. Comienzo a dudar sobre si debí ser egoísta aquel día, si debí retenerle y no me siento mal por pensarlo. Con tanto tiento como la primera vez, me besa. Su mano no es tan firme y suave como antes, ahora es temblorosa pero eso sí, igual de dulce.

- Efrén, tengo miedo, hasta hoy me daba igual morirme pero ahora que te he vuelto a ver no quiero irme. Efrén no dejes que me vaya, por favor. – estoy alterada.
- Lo último que te dije fue que no dejaría que te pasase nada. No tengas miedo. Ven, iremos a un sitio.
- No puedo moverme.
- Si puedes, ven, te ayudaré a vestirte.


Saca de un maletín de piel el vestido de seda morado de mi abuela y me ayuda a ponérmelo como si fuese una figurita de cristal. Me recoge el pelo hacia el lado derecho.

- Ahora vengo.
Alguien dio tres golpes a la vieja puerta de madera. Mi hijo me acompañó y ahí estaba él, con una biznaga en la mano.

- Hola, Lluvia. Esto es para ti.

Nos montamos en el mismo coche y conozco su vida en los últimos años. Se había casado, y a pesar de las insistencias de su mujer, no habían tenido hijos. Su padre, como el mío había muerto y su madre tenía Alzheimer. Se había pasado los últimos primeros martes de cada mes observándome desde el jardín de la casa abandonada de enfrente. Mi hijo ya lo conocía, pero habían decidido no contármelo.

- ¿Confías en mí?
- Que remedio...
- Cierra los ojos.

Me pone un pañuelo y guía mis pasos una vez más. Huele a barca recién pintada, a lluvia, a agua de nomeolvides. Subimos en nuestra barca y llegamos hasta el centro.
Cada vez estoy más débil, le pido que deje de remar y que me abrace. Obedece.

- ¿Sabes una cosa? No he dejado de quererte nunca, tal vez ni siquiera lo he intentado, no me apetecía.
- ¿Sabes una cosa? – le robo la pregunta- te he escrito una carta cada día, pero nunca las he mandado, ahora que voy a irme creo que debes de tenerlas tú. Están arriba, en el desván, doble fondo del baúl.
- Quiero irme contigo.
- Has estado 37 años sin hablarme , aguanta unos cuantos más, no quiero verte ahí arriba hasta dentro de mucho.

Me pesan los párpados. Me estoy durmiendo. Estoy cansada. Me despido, pero me despido con el mejor sonido, el de su corazón, el mejor olor, su perfume, el mejor tacto, sus manos, el mejor gusto, sus labios y la mejor vista, mi lugar favorito en el mundo.

- Te quie...
- Yo también te quiero, pequeña.

Sexta parte: Lluvia descansó en el fondo del lago para el resto de sus días. Efrén tardó un año y tres meses en hacer lo mismo, no aguantaba no poder verla desde el jardín contiguo y tras leer la última carta de su amada la acompañó en su sueño.
Ramiro conoció a una adinerada muchacha y fue egoísta, si acaso se puede ser egoísta en el amor.